viernes, 23 de abril de 2021

COMPRENDIENDO LA PALABRA 230421


“El que come de mi carne y bebe de mi sangre tiene Vida eterna” (Jn 6,58)

Anteriormente, el mar abierto por el bastón de Moisés y el maná descendido del cielo eran sólo figura y símbolos de la verdad. Igualmente, el mar, el bautismo y el maná del Salvador y todo lo que hablamos, son símbolo y figura de realidades que poseen una trascendencia y gloria incomparables, en la medida que lo increado trasciende por naturaleza lo que es creado. Ese maná, que es llamado “pan y alimento de los ángeles”, que en ese tiempo los hombres comieron en el desierto, ha cesado, desaparecido, y están muertos los que lo han comido ya que ellos no participaban de la verdadera vida. En cambio, la carne de mi Maestro, divinizada y llena de vida, hace participar a la vida a los que la comen y los hace inmortales. (…)

Comenzó por despojarme de la corrupción y la muerte, por hacerme enteramente sensible y conscientemente libre. Y misterio más grande aún- hizo un nuevo cielo y, él, Creador de todo, fijó su morada en mí, favor del que ningún santo había sido juzgado digno antiguamente. Antes, hablaba por medio del Espíritu divino y por obra de él realizaba sus maravillas. Pero jamás, jamás, Dios no se había sustancialmente unido a nadie hasta que se hizo hombre Cristo, mi Dios. Habiendo tomado un cuerpo dio su Espíritu divino y por él se une sustancialmente a todos los creyentes y se convierte entre ellos en unión inseparable.



Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022)
monje griego
Himnos 51 (SC 196, Hymnes III, Cerf, 2003), trad. sc©evangelizo.org

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