Para “renovar la faz de la tierra” (Sl 103,30)
Cristo ha querido atraer hacia él al mundo entero y conducir a Dios Padre a todos los habitantes de la tierra. Ha querido restablecer todas las cosas a un estado mejor y renovar, por decirlo de alguna manera, la faz de la tierra: Por eso, a pesar de ser el Señor del universo, «tomó la condición de esclavo» (Flp 2,7). Anunció la buena noticia a los pobres afirmando que él había sido enviado con este fin (Lc 4,18).
Los pobres, o mejor dicho, los que consideramos pobres, son los que se ven privados de todo bien, los que «en el mundo no tenían ni esperanza ni Dios» (Ef 2,12), como dice la Escritura. Nos parece que estos son los que, venidos del paganismo y enriquecidos con la fe de Cristo, se han beneficiado de este tesoro divino: la proclamación que trae la salvación. Por ella han llegado a participar del Reino de los cielos y ser compañeros de los santos, herederos de las realidades que el hombre no puede comprender ni expresar «lo que -siguiendo al apóstol Pablo- ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman» (1C 2,9)...
También los descendientes de Israel tenían el corazón destrozado, eran pobres y, como los prisioneros, rodeados de tinieblas... Cristo vino a anunciar los beneficios de su venida, precisamente a los descendientes de Israel antes que a los demás, y al mismo tiempo proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,19) y el día de la recompensa.
San Cirilo de Alejandría (380-444)
obispo y doctor de la Iglesia
Sobre el profeta Isaías, 5,5; PG 70, 1352-1353
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