La gente que había llegado a escuchar a Juan el Bautista esperaba algo explosivo. Había surgido un profeta que parecía que venía a denunciar a todos los enemigos que le hacían la vida difícil a los demás. Quizá él era el Mesías, que había llegado a expulsar a los romanos y sus secuaces y a restaurar la antigua gloria de Israel.
Pero luego Jesús entró en escena. Era un carpintero de un pequeño pueblo que pasaba su tiempo con los desamparados y los pecadores. El Espíritu descendió sobre él, sin embargo, no era un predicador incendiario que se dedicara a señalar los pecados de las personas, sino un hombre humilde que predicaba el perdón y el amor a los enemigos. Con seguridad, la gente de Israel quedó desconcertada.
Jesús vino a abrir “los ojos de los ciegos”, no a enviar a los malos al infierno. Vino a sacar “a los cautivos de la prisión”, no a castigarlos por sus pecados (Isaías 42, 7). El Señor vino a purificarnos del pecado para que pudiéramos aprender a amarnos los unos a los otros, los buenos y los malos por igual.
Cuando escuches esta lectura siendo proclamada hoy en la Misa, cierra tus ojos e imagina la escena. Piensa en Juan sumergiendo a Jesús en el río Jordán, un río que había recibido todos los pecados de aquellos que acudieron a ser bautizados y que ahora Jesús cargaba sobre sí.
Durante los siguientes tres años, los llevó sobre sus hombros, junto con los pecados de todos los que estuvieron en contacto con él. Y, aun cargando con esos pecados, nos enseñó la misericordia de su Padre, nos sanó de las heridas del pecado y nos liberó del odio y el resentimiento que guardamos en nuestro corazón. Luego llevó todo ese pecado, odio y resentimiento a la cruz, donde le dio muerte para siempre.
Hoy es el principio de tu salvación y la de todos los demás, buenos y malos por igual. Alégrate en esta salvación y pídele a Jesús que te ayude a amar a tu prójimo como él lo ama.
“¡Alabado seas, Señor Jesús,
por limpiarme de todos mis pecados y darme la salvación!”
Isaías 42, 1-4. 6-7
Salmo 29 (28), 1a. 2. 3ac-4 3b. 9b-10
Hechos 10, 34-38
Isaías 42, 1-4. 6-7
Salmo 29 (28), 1a. 2. 3ac-4 3b. 9b-10
Hechos 10, 34-38
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros.
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