«Arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla»
«Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sl 126,1). «Sois el templo de Dios, y el Espíritu del Dios habita en vosotros» (1C 3,16). Esta casa es este templo de Dios, lleno de las enseñanzas y de las gracias de Dios, esta morada que contiene la santidad del corazón de Dios, y que el mismo profeta ha dado testimonio de ello: «Tu templo es santo, maravilloso por la justicia» (Dan 3, 53)???. La santidad, la justicia, la castidad del hombre son un templo para Dios.
Esta casa, pues, debe ser construida por Dios. Una construcción levantada con el trabajo de los hombres, no dura; lo que ha sido instituido por las doctrinas de este mundo no se aguanta; nuestras vanos trabajos y nuestros desvelos son guardianes inútiles. Será preciso, pues, construir de otra manera, guardar de otro modo esta casa. Es preciso no fundamentarla sobre el suelo, sobre arena movediza; es necesario poner sus fundamentos sobre los profetas y los apóstoles.
Es preciso levantarla con piedras vivas, mantenerla a través de la piedra angular, hacerla subir con estructuras progresivas hasta alcanzar la talla del hombre perfecto, la estatura del cuerpo de Cristo (1P 2,5; Ef 2,20; 4,12-13). Se la debe decorar con el esplendor y la belleza de las gracias espirituales. Si así debe ser construida por Dios, es decir, según sus enseñanzas, no caerá. Y esta casa se extenderá a muchas otras, porque lo que edifica cada fiel aprovecha a cada uno de nosotros para el embellecimiento y crecimiento de la ciudad bienaventurada.
San Hilario (c. 315-367)
obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia
Comentario al salmo 126, PL 9, 696
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