“Lo que busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 5,30)
La obediencia es una virtud que une el hombre a Dios, cuando se somete a la voluntad divina, manifestada por Dios mismo o sus representantes. Se ha dicho de esta virtud que es casi teologal. Se relaciona con la virtud de la justicia, que nos hace dar a Dios lo que le es debido. Dios tiene derechos soberanos sobre nosotros que somos sus criaturas. La sumisión a su voluntad y la ejecución en todos sus detalles de la misión que nos ha confiado son para nosotros un deber, que nos impone su soberanía absoluta.
El plan para realizar lo que nos pide es infinitamente sabio. Debe procurar al mismo tiempo la gloria de Dios y nuestra felicidad. Todo lo que Dios exige de nosotros es altamente razonable, sabio y santo. Ese Maestro absoluto sólo ejerce su poder para nuestro bien y respetando nuestra libertad. La sabiduría de los designios de Dios, tanto como su poder soberano, fundamentan nuestra obediencia. (…)
El hombre capta esa luz -que nos indica la voluntad de Dios- por la obediencia y la hace entrar en su vida. La obediencia camina siempre en la luz. Sólo impone la sumisión a la inteligencia con el fin de hacerle superara las luces propias, que son limitadas, para hacerla entrar en la gran luz de Dios. Misteriosamente pero firmemente, indica al alma los senderos que le ha trazado la Sabiduría y la conduce a esas regiones que esa Sabiduría le ha fijado como morada de eternidad.
Beato María-Eugenio del Niño Jesús (1894-1967)
carmelita, fundador de Nuestra Señora de Vida
La obediencia (Je veux voir Dieu, Carmel, 1949), trad.sc©evangelizo.org
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