“¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?” (Mt 18,33)
La compasión, por un lado, y el juicio por simple equidad por otro, si permanecen en el mismo corazón son como un hombre que adora a Dios y los ídolos en una misma casa. La compasión es el contrario del juicio por simple justicia. El juicio estrictamente de justicia de equidad implica la misma repartición de una medida semejante para todos. Da a cada uno lo que merece, no más. No se excede ni por un lado ni por otro, no discierne en la retribución. Pero la compasión nace de la gracia, se inclina hacia todos los seres con un mismo afecto, se distancia de la pena equitativa para los que son dignos de castigo y colma más allá de toda medida a los que son dignos del bien.
La compasión es, pues, compañera de la justicia, el juicio sólo está de parte del mal...Como un grano de arena no pesa tanto como el oro, la justicia equitativa de Dios no pesa tanto como su compasión. Como un puñado de arena que cae en el océano son las faltas de todo ser humano en comparación con la providencia y la piedad de Dios. Así como una fuente que mana con abundancia no podría ser restañada por un puñado de polvo, así la compasión del Creador no puede ser vencida por la malicia de las criaturas. El que guarda resentimiento cuando ora es como un hombre que siembra en el mar y espera la cosecha.
Isaac el Sirio (siglo VII)
monje cercano a Mossoul
Discursos espirituales, primera serie, Nº 58
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