“Antes yo era ciego y ahora veo” (Jn 9,25)
El alma pobre en espíritu es la que reconoce sus heridas y la oscuridad de las pasiones que la envuelven. Busca continuamente la liberación de parte del Señor, soporta las penas y no se regocija de ningún bien que esté sobre la tierra. Busca al único buen médico y sólo se entrega a sus cuidados.
Entonces, ¿cómo hará esta alma para ser hermosa, graciosa y adecuada para unir su vida a Cristo? ¿De qué modo lo hará, si no reencontrando su antigua creación y reconociendo claramente sus propias heridas y pobreza? Si el alma no se complace en sus propias heridas y magulladuras de pasiones, si no defiende sus faltas, el Señor no le imputa la causa del mal. Viene a cuidarla, sanarla, restablecer en ella una belleza impasible e incorruptible.
Pero ella no debe elegir permanecer ligada lo que ha hecho o cómo lo ha hecho. Que no se complazca en las pasiones suscitadas en ella, sino que de toda su fuerza llame al Señor para que con su Espíritu bueno la libere de las pasiones. Tal alma es bienaventurada.
Desdichada el alma que no siente sus heridas y llevada por un gran vicio y enorme endurecimiento, no cree que tenga cierta maldad en ella. El buen Médico no la sana porque ella no lo busca ni se preocupa por sus heridas, ya que considera que se encuentra bien y está sana. Está dicho que “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos” (Mt 9,12).
Homilía atribuida a San Macario de Egipto (¿-390)
monje
Filocalia, Paráfrasis de Simeón Metafrasto (Paraphrase de Syméon le Métaphraste sur les Discours de saint Macaire l’Égyptien, Philocalie des Pères neptiques, II, DDB-Lattès, 1995), trad.sc©evangelizo.org
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