“Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Lc 18,14)
Vean al fariseo: es un hombre convencido de su importancia, seguro y lleno de sí mismo. El “yo” de este hombre se nota en las palabras, en la actitud. (…) El fariseo tiene el “corazón doble”, como dice el Salmista (Sal 11,3), su desprecio hacia el publicano muestra que se cree mucho más perfecto. Es a él mismo que reserva una gloria que en apariencia da a Dios. (…) No pide nada a Dios, porque considera que no necesita nada, se basta a él mismo. Sólo expone su conducta a la aprobación de Dios. (…) En el fondo, el personaje está prácticamente persuadido que toda su perfección viene de él mismo. (…)
En cuanto al otro actor de la escena, el publicano, ¿qué hace? Se tiene a distancia no osando ni levantar los ojos ya que se siente miserable. ¿Piensa que tiene títulos que pueda hacer valer ante Dios? Ninguno. Tiene conciencia de aportar sólo sus pecados (…) Se fía únicamente de la misericordia divina. No espera nada que no sea de ella. Toda su confianza, toda su esperanza, están en Dios. (…)
¿Cómo reacciona Dios con esos dos hombres? Diversamente. Expresa: “Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero” (Lc 18,14). Cristo Jesús finaliza la parábola estableciendo la ley fundamental que rige nuestra relación con Dios y ofrece la lección que tenemos que aprender: “Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Lc 18,14). Vean hasta qué punto el orgullo es el enemigo de la unión del alma con Dios. (…) Y como Dios es el principio de toda gracia, el orgullo es para el alma el más terrible de todos los peligros. En cambio, la humildad es la vía más segura para alcanzar la santidad y encontrar a Dios.
Beato Columba Marmion (1858-1923)
abad
La humildad (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936), trad.sc©evangelizo.org
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