¡Pasar a la vida eterna!
El hombre ha sido fortificado por un tiempo, porque por un cierto tiempo recibió la fuerza de vivir en este mundo, para pasar a una vida eterna en la que ningún límite pondrá un término a su vida. Pero en esa breve duración en la que fue fortificado, se puso en estado de encontrar en la eternidad una alegría sin fin o los suplicios que soportará sin escapar jamás.
Es porque fue fortificado por un cierto tiempo que Job agregó estas justas palabras “Cambiarás su rostro y lo despedirás”. El rostro del hombre ha cambiado cuando su belleza fue destruida por la muerte. Es despedido, porque está obligado a pasar al mundo de la eternidad, dejando los bienes que ha adquirido. Cuando llega, ¿qué pasará con esos bienes adquiridos trabajosamente y que lo habían hecho señor? Lo ignora.
Por eso estas palabras: “Se honra a sus hijos, pero él no lo sabe; si son envilecidos, él no se da cuenta” (Jb 14,21). Si los que están todavía vivos ignoran en qué lugar se encuentran las almas de los muertos, tampoco los muertos saben cómo está ordenada la vida en la carne de los que los sobreviven: la vida del espíritu está muy alejada de la vida en la carne. Si corporal e incorporal se oponen en su naturaleza, son también distintos en su conocimiento. Esta distinción no es válida para las almas santas. Si ellas ven en sí mismas la irradiación del esplendor de Dios todopoderoso, no podemos pensar que haya fuera de ellas una existencia que ignoran.
San Gregorio Magno (c. 540-604)
papa y doctor de la Iglesia
Morales sobre Job (SC 212, Livre XII, Morales sur Job, Cerf, 1974)
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