Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: "Es un exaltado".
RESONAR DE LA PALABRA
Conrado Bueno, cmf
Queridos hermanos:
Páginas duras de Marcos, las llaman algunos. Efectivamente, al leerlas, se levanta una gran extrañeza. ¿Cómo es posible? ¿Hasta los suyos le tratan de esta manera? De entrada, detengámonos en una interpretación benigna. Consistiría en pensar que sus parientes vienen a llevárselo, porque habían oído voces que afirmaban que Jesús no estaba en sus cabales.
Lo hemos visto a lo largo de la semana. El evangelista describe bien las diversas posturas de la gente ante las palabras y obras de Jesús. Las gentes, agradecidas y por un interés comprensible, le apretujan. Los apóstoles, a pesar de sus flaquezas, le siguen como a su Maestro. Los jefes religiosos recurren a Beelzebub, y tratan de quitárselo de en medio. Y, hoy, su misma familia parece que nos dice que está loco. La palabra de Jesús era signo de contradicción, chocaba con una religión formalista, que, a veces, oprimía a los hombres, creyendo, así, dar culto a Dios.
¿Y nosotros? ¿Los que, de alguna manera, podernos llamarnos “los suyos? Podríamos hacernos una batería de preguntas: ¿Cómo seguimos a Jesús? ¿Nos quedamos, acaso, en la cáscara, como los que le ven en Gospel o en Jesucristo Superestar? ¿O, más bien, seguirle nos mueve a conversión, nos causa alegría, signo de que estamos con él? ¿Puede darse, todavía, esa especie rara de católicos observantes que se cierran sobre sí mismos, en sus ritos y plegarias, y alejan a los que van buscando a Cristo? Solo aceptando a Jesús con corazón sencillo, lograremos abrirnos a su mensaje, sin buscar interpretaciones mezquinas.
Una pregunta, saliéndonos un poco del camino. ¿Entre esa familia que va a recogerlo, estaría la Virgen María, su Madre? Seguro que no. Pero no estaría ajena a las habladurías y al gesto de sus parientes. Era la noche de la fe. María ya sabía que la verdadera familia de Jesús era la que escuchaba y cumplía su palabra. Nada quitaba a su maternidad; más bien la definía: madre en su corazón, madre en su seno. Por este orden.
Comentario publicado en Ciudad Redonda
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