Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha". También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra". Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.
RESONAR DE LA PALABRA
Conrado Bueno, cmf
Queridos hermanos:
Hoy nos gustan las cosas “aquí y ahora”. Quemamos etapas en la vida porque nos quema el ansia de lograr el punto final. Miramos en seguida el desenlace. Pero las cosas tienen su tiempo. Lo expresa gráficamente la parábola de Jesús: “Primero los tallos, luego, la espiga, después el grano”. Al niño que nace le esperan muchos años hasta devenir adulto. De la misma manera, nos enamora lo grande: casa grande, coche grande, medios sociales potentes. Hasta calificamos ciertas obras como “faraónicas”. Y Jesús, que ensalza lo pequeño, lo sencillo, en la parábola del grano de mostaza. Lo bueno es que lo pequeño será capaz de grandes cosas. Hay que darle tiempo, y contar con Dios.
Dos parábolas que nos dicen la verdad sobre el mensaje de Jesús. Siguen las parábolas del campo. Una semilla crece sola, a pesar de los rigores de los hielos o los sofocos del sol achicharrante. En el Reino evangélico, la semilla de la Palabra crece por la calidad, la vida que entraña lo que sembramos. La mostaza parece la más pequeña de las simientes, pero el vigor que lleva dentro la “hace la más alta de las hortalizas, hasta que los pájaros puedan anidar en ellas”. Es el contraste entre los medios que añora el hombre y la fuerza que Dios coloca en ellos.
Dios conduce la historia, aunque, a veces, los olvidemos. Nos alimenta con la palabra y los sacramentos. No serán nuestras técnicas y grandes medios sino Dios quien “hará crecer”. En su lógica, con pequeñas cosas, se levantan obras grandes. El hombre colabora con Dios, pero es su gracia la que todo lo mueve. Hemos de atajar el desánimo antes las dificultades. Al fondo, siempre Dios. No sabemos cuándo, pero el proyecto de Dios se cumplirá. La fuerza no está en el mensajero del Evangelio, en nuestras pequeñas palabras y obras. Programar, trabajar, pero sin agobiarse. No despreciemos “lo poco” del presente. Ya vendrá el resultado final. Dios controla el campo. Descansemos con él.
Comentario publicado en Ciudad Redonda
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