viernes, 6 de mayo de 2016

Meditación: Hechos 18, 9-18

Primero, trataron de conseguir que el tribunal castigara a Pablo por predicar un mensaje que a su entender era una amenaza para sus tradiciones.
Pero luego sucedió algo inesperado. Cuando el tribunal desestimó el caso por no considerarlo válido, la gente se volvió contra uno de sus propios jefes religiosos, Sóstenes, y lo golpearon en público. Al parecer, éste no había cometido delito alguno, pero eso no importó; en alguien tenían que descargar su malestar.
Algo parecido ocurre hoy. La gente se disgusta por las razones que sean y descarga su frustración y su enojo contra alguien exigiéndole que pague públicamente por la culpa de otros y satisfaga el descontento de la mayoría, ¡aunque el castigado no sea el culpable! Los tradicionalistas culpan a los progresistas; los progresistas a los tradicionalistas; los negros culpan a los blancos; los blancos a los negros. A quienes se acusa de los infortunios de muchos son por lo general grupos de diferentes religiones, razas o tendencias políticas, ¡pero nunca nosotros mismos!
Pero no es ese el ejemplo que nos da Jesús. En lugar de imitar esta cultura de inestabilidad social y política, de acusación y venganza, el Señor nos insta a practicar la misericordia, no la represalia. La compasión es más fuerte que la condenación, una humilde aceptación de nuestras propias faltas o defectos, en lugar de exigir que los demás cambien para ajustarse a nosotros.
Entonces, ¿cómo podemos evitar las descalificaciones, la intolerancia y los insultos? Primero, no reaccionar inmediatamente. Si esperamos un momento para presentarle a Cristo las injurias o ataques recibidos, él nos da la fuerza para soportarlos, porque su perspectiva eterna hace que esas cosas pierdan importancia. Una breve oración por el bien de aquellos que te disgustan te permite ver un poco cómo los ve Dios. Preséntaselos al Señor con un corazón sensible y deja que él suavice los bordes ásperos de tu personalidad. Deja que él ablande tu corazón y lo haga más generoso o tolerante; luego las murmuraciones, calumnias o daños irán perdiendo sus efectos.
“Aquí estoy, amado Jesús, vengo a decirte que me siento muy enojado o frustrado. Cámbiame el corazón, Señor, para que sea más comprensivo y compasivo como el tuyo. Señor, enséñame a ser compasivo.”
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros.

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