lunes, 16 de mayo de 2016

Meditación: Marcos 9, 14-29

Una de las peores angustias que puede sufrir una madre o un padre es ver que su pequeño sufre una enfermedad grave, como lo vemos en el Evangelio de hoy.

Cristo vino para salvarnos de la condenación y también para sanar nuestras enfermedades y libarnos de toda influencia demoníaca, y esto es lo que esperaba el padre que pedía liberación para su hijo endemoniado.

¿Tienes tú, amigo, el profundo deseo de ver que tus familiares y amigos sanen de todas sus enfermedades y lleguen a la fe en Cristo? ¿Cómo deseas ver que se manifieste el Reino de Jesús en este mundo? ¿Oras con sinceridad pidiendo “venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”?

La clave para desarrollar este grado de deseo y persistencia es la oración meditada y el ayuno. Para orar de verdad y hacer una intercesión eficaz debemos creer y confiar que “la oración de un hombre justo es poderosa y efectiva” (Santiago 5, 16). Este convencimiento nos permite hacer una oración profunda y sentida en el corazón, no solamente una repetición de peticiones. Cuando hacemos oración en la presencia de Dios, poco a poco vamos aprendiendo a descubrir su voluntad divina; entonces podemos orar de acuerdo con su voluntad y poner nuestro propio corazón a tono con lo que el Señor desea.

Cuando las enfermedades o dificultades no parecen ceder, tal vez es necesario ayunar para aquietar las apetencias del cuerpo y el alma y estar mejor dispuestos a entrar en la presencia de Dios. Hay diversos tipos de ayuno que se pueden hacer. Por ejemplo, no mirar la televisión durante una o dos noches en la semana, o almorzar muy poquito, o dedicar más tiempo a leer la Escritura o ponernos en presencia de Dios con mayor profundidad. El ayuno no tiene que ser una carga insoportable, sino una disciplina que brote del deseo de identificarse con la obra de Dios en nuestro mundo. La clave es saber que podemos llegar a ser colaboradores de Jesús para inaugurar su Reino con gracia y poder. El ayuno, o cualquier sacrificio o abstinencia que tú hagas con el mismo fin, te ayudará a refinar tu sensibilidad espiritual.
“Jesús, Señor nuestro, concédenos un espíritu de intercesión y un deseo de ver que se manifieste tu Reino en este mundo. Nos unimos a ti, Señor y Sumo Sacerdote, para orar al Padre pidiéndole: ‘Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo’.”
Santiago 3, 13-18
Salmo 19(18), 8-10. 15
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros.

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