Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado. Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera. Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra. Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti."
RESONAR DE LA PALABRA
Dos despedidas nos ofrecen hoy las lecturas: Pablo y Jesús. Ambos, rodeados de discípulos-compañeros. Son conscientes de que se les acaba el tiempo, que llega su «hora». Y hacen un balance general de lo que ha sido su vida.
Entre nosotros no es frecuente plantearnos estas cosas. Primero porque no pocas veces no vemos llegar esa hora, y nos sorprende ocupados en vivir las cosas de cada día. Es verdad que empezar a vivir es empezar a morir... y que nuestra vida tiene punto final, aunque desconozcamos cuántas serán las páginas escritas. En algunas ocasiones quizá la intuimos, o nos lo dicen abiertamente los profesionales de la salud... pero como tantas veces provoca angustia, preferimos dejarlo para otro momento...
Sin embargo, aunque sea calladamente, cuando la enfermedad avanza, o los años van siendo muchos, es normal hacer balance de lo vivido, y prepararse interiormente para el desenlace más o menos lejano. Como a Pablo y a Jesús, nos gustaría en los últimos momentos, vernos acompañados y rodeados de las personas que han sido más importantes en nuestro recorrido vital, y poder dirigirles unas palabras pensadas y apropiadas.
También puede ocurrir que tengamos la ocasión de acompañar y ayudar a algunos hermanos en sus últimos momentos.
En todo caso, no se trata sólo del momento final, sino de vivir con sentido cada día, para que nuestra vida haya merecido la pena. Las palabras de Pablo y Jesús nos ayudan.
+ Pablo puede decir al final de su vida que ha servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas que ha ido encontrando por el camino. Por más que para nosotros Pablo sea «san» Pablo, fue un personaje controvertido, con mucho carácter, tuvo sus más y sus menos tanto con sus compañeros de misión, como con los apóstoles de la Iglesia de Jerusalem, como con las comunidades que fue acompañando. Tenía un carácter fuerte, como fuertes eran sus convicciones. No era «perfecto». Sin embargo, quizá curiosamente para lo que cabría esperar, no pide perdón, ni disculpas, ni hay arrepentimiento en estos momentos. Al menos aquí no los menciona. Lo importante para él ha sido ser «testigo del Evangelio», dar razón de lo que ha sido el centro de su vida: ser «testigo del Evangelio de la gracia» o «el plan de Dios». En esto coincide con Jesús: «les he dado a conocer tu nombre» o también «las palabras que Tú me diste».
He aquí un punto central para valorar nuestra vida: es el Dios de la gracia, el Dios de la misericordia... el que nos acompaña y hacia el que vamos. Con toda seguridad, los dos encuentran la fuerza que necesitan al reconocer que es un Dios Salvador el que lo tiene todo en sus manos. Por eso, a ninguno de los dos les importa retener su vida, sino ofrecerla hasta el final.
+ En segundo lugar, fijándonos esta vez en Jesús, su constante conciencia de que ha salido del Padre y al Padre vuelve. Y pendiente del Padre ha vivido cada hora. Tantas veces lo repite a lo largo del Evangelio. Esa es también la verdad de nuestra vida. Jesús les explica que la vida eterna es que conozcan al Padre y al Hijo. Un conocer, que en toda la Biblia y también en este Evangelio, no hace referencia a tener «ideas» sobre Dios, ni acumular conocimientos. Significa tener, participar de una profunda experiencia de intimidad con el Padre y el Hijo. Bello e inmejorable destino. Y eso supone también lo que Jesús pide al Padre: ser glorificado es ser llevado a la plenitud y a la total comunión. En la glorificación es donde el Padre muestra todo el poder de su Amor, donde se revela plenamente.
+ Por último: Para Jesús, los suyos, los que le ha dado el Padre, son muy importantes. Y no quiere separarse de ellos. Por eso los encomienda al Padre, ruega por ellos, y quiere que compartan con él su gloria. Si en vida se esforzó en enseñarles a ser «uno con él», esa unión no la romperá la muerte. Pero, mientras sigan en el mundo, quiere que el Padre esté con ellos y los cuide. Una oración de Jesús que es también por cada uno de nosotros. Una oración que nosotros podemos hacer por los nuestros siempre. Que al final todos nos encontremos en la intimidad de Dios, llevados a la plenitud, participando de su gloria, de su amor.
Que vivamos así nuestra vida, y sean estos nuestros sentimientos y oraciones en el momento final. Amén.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Comentario publicado por Ciudad Redonda
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