domingo, 15 de mayo de 2016

RESONAR DE LA PALABRA - 15 Mayo 2016

Evangelio según San Juan 14,15-16.23b-26. 
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» 

RESONAR DE LA PALABRA
Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
El Espíritu es soplo, aliento, viento, fuego… es vida. Es curioso que la fiesta de Pentecostés, pase como un domingo más, cuando es Él, del que decimos que mueve la Iglesia y la comunidad. Pero no sólo eso, ya estaba en la creación, es el que encarna a Jesús en el seno de María, el que le impulsa al desierto, el que le unge para predicar la buena nueva a los pobres, el que lo resucita, el defensor que nos deja, en definitiva el que hace posible nuestra nueva vida en Cristo. Es el que nos hace hijos adoptivos de Dios y nos hace gritar: “¡Abba! (Padre)”.
El relato de los Hechos, puede servirnos de guía para resaltar la obra del Espíritu en la vida de la Iglesia. “Estaban todos reunidos en un mismo lugar”, es la espera del Espíritu lo que los reúne y lo que hace de ellos un solo cuerpo, por eso nos cuesta celebrar la fiesta de Pentecostés, de la comunidad reunida. Cuando nos encontramos con un ambiente social que impulsa al individualismo, la ausencia de compromisos, los prejuicios culturales, sexuales, las divisiones, la falta de trabajo por el bien común… es difícil mirar lo que nos une. Es el aliento que a pesar de nuestra diversidad, maneras de pensar, lenguas, condición social, hace de nosotros un solo cuerpo.
“De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban”, ante el viento recio nada permanece estático, todo se pone en movimiento. La comunidad debe ponerse en camino, extender el anuncio del Reino, buscar nuevas iniciativas y abrirse a cosas e ideas. La respuesta está en el viento, escuchar ese ruido que en ocasiones es murmullo, es escuchar a las gentes y las naciones. Abrir las ventanas para que se renueve el aire de nuestras comunidades en ocasiones anquilosadas, estériles, insensibles. Oír el viento de la historia es reconocer los signos de los tiempos, la presencia del Padre que sigue soplando para la nueva creación de cada uno de nosotros y de su pueblo.
“Vieron aparecer, unas lenguas como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno”. Si en Babel se confundieron las lenguas, en Pentecostés se aúnan, así es el Espíritu que nos da un nuevo lenguaje ardiente, el lenguaje que nos une a las demás personas. Allí hay de todos los pueblos y todos los entienden, cuando se habla el idioma del amor, se enciende el fuego que acrisola, purifica, quema, apasiona y hace poner palabras en nuestros labios que cantan “las maravillas de Dios” y la dignidad de sentirnos hijos: “herederos”, nos dice hoy San Pablo.
El Espíritu es para la Iglesia, como la respiración. Inspira aire, reúne a los fieles, llena silenciosamente el interior del corazón, nos invita al recogimiento, el silencio, el discernimiento, la oración. Expira el aire, lanza a la comunidad al exterior, a los cuatro vientos, nos envía para que seamos en todas partes testigos, de que es posible superar el individualismo y compartir la misma fe, la misma mesa y el mismo lenguaje: el del amor, el del Reino. Por eso en la secuencia de hoy le pedimos: “¡Ven Espíritu Santo!”, en ocasiones no sé si con la boca pequeña, no vaya a ser que venga y “renueve la faz de la tierra”.
Hoy precisamente celebramos en la Iglesia el Día de la Acción Católica y el Apostolado Seglar. Es bueno recordar que el Espíritu no se puede monopolizar, todo el Pueblo de Dios, es poseedor del mismo Espíritu. Los laicos, son precisamente llamados a hacer presente a la Iglesia, en las situaciones más habituales de la vida: la familia, el trabajo, la escuela, la cultura, lo público y lo privado, la política, el sindicato… Apoyemos a tantos militantes, voluntarios y sobre todo a aquellos que luchan fuera de nuestras paredes y quieren hacer presente en el mundo el Evangelio, la Iglesia y el Reino.
Es muy recomendable orar hoy con la secuencia, no la transcribo toda para no alargarme: “Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento”. Lo dicho. 
Comentario publicado por Ciudad Redonda

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