Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo. El les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?". Uno de ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron". "Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuando estaré con ustedes? ¿Hasta cuando tendré que soportarlos? Tráiganmelo". Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca. Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos". "¡Si puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el que cree". Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame porque tengo poca fe". Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más". El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?". El les respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración".
RESONAR DE LA PALABRA
Alejandro Carbajo, cmf
Queridos amigos, paz y bien.
Después de recibir la visita del Espíritu Santo, la vida sigue, espero que no igual. Que seamos más sabios, después de la Pascua y de Pentecostés. Y que lo demostremos en nuestra vida, porque la sabiduría se demuestra en el comportamiento, como nos recuerda la primera lectura.
La fe incrementa la sabiduría y la sabiduría aumenta nuestra fe: por este camino tenemos que ir para ser verdaderos discípulos de Cristo. El episodio que hoy nos presenta el Evangelio se enmarca en el contexto de la Transfiguración. Mucha gente, los Apóstoles no pueden curar a un muchacho, y Jesús que realiza el milagro. Varias claves se pueden percibir:
“Creo, pero dudo. Ayúdame”. Tengo fe, pero no lo veo claro. Quiero confiar, pero me fallan las fuerzas. No acabo de entender eso de que todo lo puede el que tiene fe. Y me gustaría, pero soy débil. No siento en mis carnes la dicha de los elegidos, de los que lo tienen todo claro. Soy, Señor, el último de todos.
Y aquí entra en juego la segunda clave: la oración. Mi profesor de Evangelios en el Seminario nos dijo que lo del ayuno fue un añadido posterior. No digo que el ayuno no sea bueno, pero hoy quiero poner la atención en la oración. ¿Qué podemos hacer cuando no podemos hacer nada? A veces, solo nos queda rezar. Si me siento pequeño, si no puedo expulsar a los demonios que llevo dentro o enfrentarme a los demonios que me atacan desde fuera, es el momento de orar, por mí, por las personas que tengo cerca, por los que me ayudan, por los que me provocan, por los que creen en mí, por los que no me apoyan…
Abrirnos a la acción del Espíritu supone pedir cada día al Señor que nos siga llevando. La vida cristiana no es una decisión de un día y ya está. Es una carrera de larga distancia, para toda la vida. Merece la pena, porque el premio es la eternidad. Y eso es mucho tiempo. Saber que siempre hay Alguien al otro lado de la línea es un consuelo. Y Dios siempre escucha, incluso cuando nos parece que no. ¿Estás tú dispuesto a orar siempre, sin desfallecer, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las alegrías y en las penas? Ojalá la respuesta sea sí.
Tu hermano en la fe, Alejandro, C.M.F. - Comentario publicado en Ciudad Redonda
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