Hoy el Señor nos confronta con esta pregunta: ¿Cómo son de ardientes la fe y el amor de ustedes? ¿Puede nuestra fe aguantar contradicción y ridículo, sin que nos dejemos reducir al silencio vergonzoso? Quizás nos resignamos al mal que percibimos en nosotros y en el mundo, y dejamos de alzarnos con valentía en apoyo y defensa de lo bueno y justo. Si nuestro amor al Señor y a la gente fuera suficientemente fuerte, no toleraríamos en nosotros mismos una paz facilona que adormezca nuestra conciencia. Que el fuego del Espíritu arda en nosotros.
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