martes, 18 de octubre de 2016

Meditación: Lucas 10, 1-9


San Lucas Evangelista

La cosecha es mucha. (Lucas 10, 2)

Jesús envió a sus discípulos a prepararse para la cosecha. San Lucas, cristiano gentil de gran educación, médico y compañero de San Pablo, era uno de ellos. Escribió el tercer evangelio y los Hechos de los Apóstoles pensando principalmente en los cristianos no judíos para enseñarles que ellos también estaban incluidos en el plan de Dios para la salvación de la humanidad y de esta forma él difundía en la gentilidad el mensaje de la salvación conseguida a gran precio por Jesucristo.

Como escritor e historiador, Lucas daba mucha importancia a las fechas y la exactitud de los datos. Sus obras fueron más literarias que litúrgicas, porque deseaba que la gente las leyera. Principalmente escribió como evangelizador, queriendo que sus lectores entendieran lo mismo que él había aprendido. Ciertamente fue un productivo trabajador en la viña del Señor.

También fue compañero de Pablo en los viajes de éste y le ayudó a establecer las iglesias, incluso estuvo con él en la prisión, cuando Pablo esperaba ser juzgado en Roma. En los Hechos, Lucas da a entender que acompaña a Pablo: “Preparamos el viaje a Macedonia, seguros de que Dios nos estaba llamando para anunciar allí las buenas noticias” (Hechos 16, 10).

Debido a estas enriquecedoras y variadas experiencias, Lucas pudo escribir una clara historia de la Iglesia primitiva en los Hechos de los Apóstoles, detallar su formación y crecimiento, ilustrar el avance de la evangelización y, lo más importante, demostrar cómo el Espíritu Santo llegó a colorear toda la vida de las primeras comunidades cristianas.

El trabajo de San Lucas produjo un fruto duradero, y a nosotros se nos pide lo mismo. Posiblemente no seamos enviados tal como lo fueron los discípulos de Jesús, ni que muchos lleguemos a ser autores sagrados o que pasemos tiempo en la prisión por causa del Evangelio; pero sí estamos llamados a anunciar la verdad de Jesucristo en las muchas y variadas situaciones en las que nos encontremos en la vida. Dios nos ha conferido su Espíritu Santo, para que demos buen fruto. Y esto sólo podemos hacerlo si nuestras palabras, actitudes, obras y la vida misma están sometidas a la voluntad de Dios.
“Santo Espíritu de Dios, enséñame a ser trabajador en la viña de mi propio hogar, oficina y vecindario, para que la cosecha sea grande y el fruto de la nueva vida dure para siempre.”
2 Timoteo 4, 10-17
Salmo 145(144), 10-13. 17-18

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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