Jesús dijo a sus discípulos: "Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada". Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?". El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: 'Mi señor tardará en llegar', y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más."
RESONAR DE LA PALABRA
Pablo Largo, cmf
Queridos amigos:
De nuevo las lecturas, como el pasado lunes, nos invitan a reflexionar sobre el del tiempo, y la forma de vivirlo, un tema que se despacha en un instante. Hpy consideremos otro aspecto, relacionado asimismo con la duración. Hoy Jesus nos presenta a un mayordomo que aprovecha la ausencia del amopara hacer de su capa un sayo, pues nos invita a reflexionar sobre su conducta y sobre la nuestra.
Los comienzos fueron buenos, pero luego vinieron el cansancio de la espera y su compañero inseparable, el hastío; tras ellos, la violencia doméstica (la violencia con los otros domésticos) y el descuido de los deberes. Parece que son los frutos del sentimiento de frustración por no cumplirse las expectativas que un deseo inmaduro se había forjado.
Nuestros principios suelen ser buenos, y estrenamos las cosas con cuidado y hasta con ilusión: comenzamos animosos el adviento, el día de año nuevo (“año nuevo, vida nueva”. La gente joven puede leer los propósitos que al comienzo del año se hace la protagonista de El Diario de Brigit Jones, la novela de Helen Fielding), la cuaresma, el tiempo pascual; empezamos con buenos propósitos el curso, el noviciado, el ministerio sacerdotal, la vida conyugal. Quizá incluso estrenamos claridad de corazón cada mañana. Pero la jornada se me puede hacer larga como un día sin pan, y “el agua del camino es amarga... es amarga”, y se me enfría “este ardiente corazón que me diste”.
Para que no suceda, en nuestra oración podemos recitar las primeras estrofas de un soneto de Pedro Casaldáliga y pedir seguidamente el don de la fidelidad diaria:
Por causa de Tú causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.
Fiel, fiel..., es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.
Con mi saludo
Pablo Largo
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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