sábado, 15 de octubre de 2016

Meditación: Lucas 12, 8-12


Santa Teresa de Jesús

Jesús encomendó a sus discípulos a la protección del Espíritu Santo, cuya misión es llevar a los creyentes a toda la verdad y recordarles todo lo que el Señor les ha enseñado. El Espíritu Santo, prometido para todos los que crean y sean bautizados, acompaña a los cristianos cuando enfrentan el rechazo y la hostilidad en el mundo; es su fuente de fortaleza, sabiduría y consuelo cuando tratan de ser fieles a Jesús e imitarlo cada vez mejor. Por todas estas razones, Cristo les advirtió mucho que no ofendieran al Espíritu Santo.

Negar que Dios quiera vivir en nosotros es negar que él tenga el poder necesario para hacer algo tan maravilloso como eso. Dejarse dominar por el miedo y la confusión es creer, implícitamente, que el Espíritu no es realmente capaz de responder a nuestras oraciones ni de fortalecernos en las dificultades.

Del mismo modo, vivir cada día como si nosotros fuéramos autosuficientes para satisfacer todas nuestras necesidades es lo mismo que decir que el Espíritu no es necesario para su pueblo, sino apenas un don agradable de Dios, no la fuente de la vida verdadera.

San Lucas presentaba relatos y enseñanzas acerca de la oposición, interna y externa, que enfrentarían los creyentes. Cualquier muestra de oposición puede atemorizar al discípulo o empañar su gozo de seguir a Jesús. Sin embargo, las palabras de Cristo siguen siendo válidas: el discípulo jamás está solo.

Por el Espíritu que habita en su corazón, el creyente tiene acceso ilimitado al trono de la gracia; por mucho que la carne le pida saciar las apetencias desordenadas y el diablo le presente tentaciones, el corazón de cada cristiano puede permanecer fiel, si él se mantiene firme en su confianza en el Señor.

Jesús dijo a sus discípulos: “No tengan miedo, ovejas mías; ustedes son pocos, pero el Padre, en su bondad, ha decidido darles el Reino” (Lucas 12, 32). Hoy, convenzámonos de todo corazón de que el Espíritu Santo se nos ha dado para transformarnos; que permanece en la Iglesia para santificar a sus hijos, y que está en el mundo para llevar la redención a todos los que decidan acogerse a Cristo Jesús, el Señor.
“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu, Señor, y todo será creado y renovarás la faz de la tierra.”
Efesios 1, 15-23
Salmo 8, 2-7

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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