sábado, 15 de octubre de 2016

COMPRENDIENDO LA PALABRA 151016

Carta de la Iglesia de Esmirna sobre el martirio de San Policarpo (69-155), obispo
V,1.VII-VIII,1
«Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte»

      El más admirable de los mártires ha sido el obispo Policarpo. Primeramente, en cuanto supo todo lo que había sucedido, no se inquietó sino que quiso permanecer en la ciudad. Bajo la insistencia de la mayoría, acabó alejándose de ella. Se retiró a una pequeña propiedad situada no lejos de la ciudad y permaneció en ella algunos días con algunos compañeros. Noche y día oraba insistentemente por todos los hombres y por todas las iglesias del mundo entero, lo cual era su costumbre habitual...

      Unos policías, a pie y a caballo, armados como si se tratara de correr detrás de un bandido, se pusieron en marcha. Ya tarde llegaron a la casa en la que se encontraba Policarpo. Éste estaba acostado en una pieza de la planta superior; desde allí hubiera podido escapar a otra propiedad. Pero no quiso; se limitó a decir: «Que se cumpla la voluntad de Dios». Al oír la voz de los policías, bajo al piso inferior y se puso a hablar con ellos. Éstos quedaron admirados por la avanzada edad y la serenidad de Policarpo: no podían comprender porqué habían tenido que gastar tantas energías para coger a un anciano como él. Policarpo se apresuró, a pesar de la hora avanzada, a servirles algo para comer y beber, tanto como desearon. Tan sólo les pidió le concedieran una hora para orar libremente. Ellos se lo concedieron y se puso a orar de pie, mostrando ser un hombre lleno de la gracia de Dios. Y así, durante dos largas horas, sin parar, oró en voz alta. Los que le escuchaban estaban llenos de estupor; muchos de ellos lamentaban haberse puesto en camino contra un hombre tan santo.

      Cuando hubo terminado su oración, en la que recordó a todos los que había conocido durante su larga vida, pequeños y grandes, gente ilustre y gente sencilla, y a toda la Iglesia extendida por el mundo entero, había llegado la hora de partir. Le hicieron subir a un asno y le condujeron a la ciudad de Esmirna. Era el día del gran sábado.

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