viernes, 14 de octubre de 2016

¿Quién es mi Padre?

Los conceptos que tenemos de Dios



¿Ha expresado usted alguna vez una opinión repentina sobre alguien, sólo para enterarse luego de que estaba completamente equivocado?

Tal vez el modo de vestirse del joven que vio por la calle le llevó a pensar que era un muchachón irresponsable y seguramente rebelde. O quizás la forma de hablar de la señora que había en Misa y que usted no conocía le dio la impresión de que parecía una persona poco educada o refinada.

Pero luego ve usted que el joven de ropa estrafalaria se detiene a hablar con un mendigo en la calle y le da dinero. O ve que la señora de habla extraña empieza a cantar en su parroquia con una voz hermosa y usted se sorprende por la devoción con que entona los salmos. ¡Qué equivocación! No le queda más que cambiar las impresiones que se había hecho y pedirle perdón a Dios por haberse precipitado a juzgar.

Si la primera impresión que nos hacemos de una persona nos causa tanto efecto, ¡imagínese cuánta más influencia puede tener esa impresión cuando pensamos en Dios, a quien nunca hemos visto! Los ejemplos citados indican que a veces las primeras impresiones suelen contener elementos negativos o al menos incompletos que llevan a hacerse una idea equivocada de la persona.

Por eso es muy reconfortante saber que Dios quiere que nosotros le conozcamos bien. Quiere desvirtuar cualquier concepto negativo que hayamos adoptado de él, a fin de que desarrollemos una relación de mayor fe y confianza en su amor. En esta edición de la revista queremos reflexionar con mayor atención sobre quién es Dios, para despojarnos de cualquier falso concepto que tengamos de él. Por eso, a medida que usted lea estos artículos, pídale al Espíritu Santo que abra los ojos de su corazón y le permita ver a Dios como nunca antes lo había experimentado.

¿Un Creador distante? Cuando pensamos en Dios Padre, por lo general hay dos ideas que se nos vienen a la mente: Dios es el Creador del universo y el Rey del universo. Por supuesto, éstas son verdades básicas de nuestra fe, pero ¿qué sucedería si reflexionáramos detenidamente en qué clase de creador y rey es Dios?

Cuando pensamos que Dios es Rey, tal vez se nos ocurre verlo como un juez severo o un policía celestial, atento a detenernos y castigarnos por la menor de las infracciones. Esta idea nos hace creer que tenemos la obligación de obedecer sus leyes o afrontar estrictas consecuencias. O bien, pensamos que Dios es como un dictador egocéntrico que vigila, controla y gobierna el universo con vara de hierro.

Si vemos a Dios solamente como Creador, tal vez pensamos que es un tirano indolente y distante que dirige el universo de un modo inflexible. O quizás consideramos que es como un Soberano ausente, que ya nos ha dado todo lo que nos iba a dar y ahora espera que nos arreglemos lo mejor que podamos; que ya nos ha creado y ahí termina su obligación.

Con lo falsas que son estas diferentes nociones acerca de Dios, lo peor es que ellas limitan la experiencia que podemos tener de él como Padre, un Padre tierno y cariñoso que ama y protege a sus hijos. Los conceptos tan erróneos que hemos citado nos hacen pensar que es imposible llegar a tener una relación personal de amor con Dios, que él vaya a amarnos tal y como somos, o que jamás llegaremos a estar tan cerca de él como lo hicieron los santos.

Un Padre misericordioso. Pero no todo tiene que ser tan sombrío. La Escritura nos ofrece numerosas verdades auténticas y mucho más alentadoras de Dios, que nos revelan cómo es nuestro Padre Dios. Probablemente ningún otro pasaje de la Escritura presenta este concepto en forma más impresionante que la parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32). En un sentido, fácilmente podríamos decir que ésta es la parábola que nos presenta el corazón del Padre, porque nos habla con mucha mayor elocuencia de Dios que del hijo pródigo o del hermano mayor.

En la primera parte de la parábola, el hijo menor, el “pródigo”, toma su herencia y abandona el hogar, para luego derrochar todo su dinero en una vida disoluta, de placeres ilícitos e irrestrictos. Pero no pasa mucho tiempo antes de que, acabado el dinero, se encuentre sin recursos, con hambre y totalmente solo. Cuando finalmente recobra el juicio, reconoce su orgullosa rebeldía y decide volver a casa de su padre y pedirle que lo acepte como sirviente. Avergonzado por todo su mal proceder, se convence de que su padre nunca lo aceptaría como hijo nuevamente, y lo mejor que puede esperar es que le dé trabajo como criado. Pero, como sabemos, el padre lo recibe con los brazos abiertos, manda que lo revistan de su dignidad de hijo y prepara un gran banquete para celebrar su regreso.

Ya conociendo el resultado, tratemos ahora de analizar un poco las distorsionadas ideas que el muchacho tenía de su padre. Al iniciarse el relato, da la impresión de que el joven no aprecia claramente ni el amor ni el cuidado de su padre y se siente insatisfecho, por lo cual le parece que en el mundo exterior, lejos de su padre, se va a sentir libre y va a encontrar la felicidad. Luego, cuando ya ha tocado fondo y decide volver a casa consciente de su mala conducta, supone que ya ha perdido todos sus privilegios de hijo. Sin duda pensaba que probablemente su padre lo castigaría y le haría pagar por sus errores, o tal vez que su padre estaría tan avergonzado de él que no lo admitiría nuevamente en la familia.

Pero ¡qué diferente fue la reacción del padre en comparación con la noción que este joven tenía de él! Cuando el hijo venía de regreso, su padre lo vio de lejos y corrió a encontrarlo, lo abrazó y lo besó, y sin dejar que el muchacho terminara su discurso de arrepentimiento, pidió que le trajeran una vestimenta digna, un anillo familiar y sandalias, como señales de su dignidad de hijo y heredero. Contra toda lógica humana, incluso ordenó que hicieran un banquete para celebrar el regreso del muchacho. El padre nunca perdió la esperanza de que su hijo volviera a casa.

Ahora bien, ¿le puso el padre un plazo de prueba al joven para restituirle su dignidad de hijo y heredero? No. ¿Le exigió que ahora demostrara una perfecta conducta? No. ¿Tuvo el hijo que hacer algo para ser recibido nuevamente en la familia? Sí, pero algo muy simple. Sólo volver a casa y decir: “Papá, lo siento, estoy arrepentido y necesito tu ayuda.”

l Señor contó esta parábola para demostrar claramente que el corazón de Dios rebosa de amor por sus hijos, y también para hacernos entender que su Padre —que también es nuestro Padre— está deseoso de perdonar todos y cada uno de nuestros pecados en forma completa e incondicional. A diferencia de lo que suponía el hijo pródigo, la misericordia de nuestro Padre celestial es ilimitada, su bondad es indefectible y la esperanza que pueden tener en él todos sus hijos es inquebrantable, por muy lejos que se encuentren de su lado.

Tú siempre estás conmigo. En la segunda parte de la parábola, la atención de Jesús pasa al hijo mayor, el que era “fiel” y que también tenía conceptos distorsionados de su padre. Al parecer, este hijo pensaba que tanto él como su hermano tenían que trabajar para merecer la herencia, lo cual revela que, en la mente de uno y otro, su relación con el padre dependía de cuánto dinero iba a heredar cada uno algún día, no necesariamente del amor que le tuviera a su progenitor.

El mayor veía a su padre como un jefe estricto a cuyas órdenes tenía que trabajar y a quien debía rendirle cuentas; no como un papá que lo amaba y a quien él tenía que amar también. A juicio de este hijo, su padre había cometido un grave error al recibir tan generosamente a su hermano y no reprenderlo. Él, en cambio, quería que su padre actuara como un juez impersonal que aprobara el bien (su conducta) y reprobara el mal (la de su hermano). Por eso, con su razón condicionada de un modo tan crítico, el joven se negó a unirse a la celebración. Tan disgustado estaba por la generosidad de su padre que ni siquiera quiso entrar en la casa.

Pero cuando Jesús termina de contar la parábola, también invalida los erróneos conceptos que los jóvenes tenían del padre. En primer lugar, nos dice que el padre tomó la iniciativa de tender la mano a su hijo mayor, y de esa manera echaba por tierra cualquier noción de orgullo personal, renunciando incluso a imponer su autoridad paterna y su dignidad de señor de la casa, al punto de que humildemente explicó las razones de su proceder. Luego, habiéndole pedido a su hijo que se uniera a la celebración, se dispuso a escuchar en silencio las airadas quejas y las graves acusaciones del hijo mayor. Finalmente, el Señor le da al padre la última palabra resumiendo así elocuentemente el sentido de toda la parábola: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo” (Lucas 15, 31).

La verdad que afirma el Señor es muy clara. Nuestro Padre celestial anhela ver que cada uno de sus hijos vuelva a casa; desea profundamente ver que renunciemos al pecado, todos los pecados grandes y pequeños; quiere perdonarnos y concedernos nuestra herencia completa. Tal como lo hizo el padre de la parábola, Dios se desvía del camino para salir a buscarnos, tendernos la mano e invitarnos a venir a casa. Estos son los conceptos auténticos de Dios que hemos de mantener claramente en el pensamiento. Así es como él quiere que le veamos y nos relacionemos con él.

Mi Papá me ama. La Escritura dice que el Espíritu Santo, que habita en el corazón de todo creyente, quiere unirse a nuestro espíritu humano y convencernos de quién es Dios en realidad: Él es nuestro Papá y nosotros somos sus hijos (v. Romanos 8, 15). Este mes, trate de analizar qué conceptos tiene usted acerca de su Padre celestial. Si usted descubre que tiene un entendimiento distorsionado de Dios, no se preocupe. No es difícil corregirlo. Dígase usted mismo, ojalá en voz alta: “Dios es mi Papá y sé que me ama y me cuida. Él quiere que yo sea feliz y sólo desea lo mejor para mí.” Luego, confíe en su Padre, no dude en hablarle en oración. Pídale guía y aliento. Si lo hace, tenga por seguro que a partir de ahora se sentirá más seguro, más contento, más alegre y con mayor paz.

Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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