Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido. (Lucas 14, 11)
Jesús pronunció estas palabras cuando enseñaba acerca del discipulado. Son palabras drásticas, pero cuando las meditamos más detenidamente, podemos escuchar al Señor que nos habla con un amor que emana de su propio corazón. Cuando lo encontramos enseñando sobre las actitudes del corazón, sabemos que no está repitiendo una doctrina aprendida de memoria, sino explicando con amor y compasión lo que él mismo ha vivido en carne propia.
Cristo hablaba de la humildad porque él mismo fue humilde con el Padre, y por eso pudo decir: “Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante” (Lucas 6, 38), ¡porque esto es lo que él había experimentado del amor de Dios Padre! Cuando estuvo en la tierra, Jesús dio todo lo que tenía, haciendo suyos los deseos del Padre, en lugar de buscar su propia voluntad. Por esta perfecta humildad, el Padre lo exaltó por encima de todo y le dio el nombre que está por encima de todo otro nombre (Filipenses 2, 9-11).
Este mismo Jesús está con nosotros hoy, alentándonos a ser humildes, para que Dios nos exalte junto con él. Y es que necesitamos este aliento, porque todos tendemos a creernos más de lo que somos, y cuando el pensamiento se nos infla de orgullo propio, obstaculizamos la acción de Dios, que desea llevarnos a una unión más directa y profunda consigo. Nuestro Dios Todopoderoso nos ha hecho libres, para que libremente decidamos amarlo a él más que a nosotros mismos. En cambio, cuando admitimos que necesitamos a Dios, ahí es cuando puede comenzar o continuar en nosotros su obra de edificación y elevación.
Los que deseamos seguir y obedecer a Jesús como maestro y Señor nuestro, tenemos que estar conscientes de las veces en que actuamos por arrogancia. Mucho es lo que hay en la naturaleza humana que nos impide reconocer nuestra verdadera condición y, sin siquiera darnos cuenta, nos consideramos grandes en el Reino de Dios. Pero si reconocemos tales actitudes, y si de veras queremos seguir los pasos de Cristo, podemos entrar en una unión mucho más profunda con su Persona.
“Padre celestial, por mucho que tratemos, ninguna de nuestras mejores acciones es digna de ti. Ayúdanos, Señor, a ser humildes mientras esperamos la obra que tú realizas en nosotros.”Filipenses 1, 18-26
Salmo 42(41), 2-3. 5
Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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