lunes, 24 de octubre de 2016

Meditación: Lucas 13, 10-17


San Antonio María Claret

Había ahí una mujer que llevaba dieciocho años enferma por causa de un espíritu malo. (Lucas 13, 11)

En este pasaje, Jesús demostró que el Reino de Dios tiene sus puertas abiertas para todo ser humano sin restricción alguna. En los tiempos de Cristo, las mujeres eran consideradas personas de segunda clase, pero Cristo dijo que esta enferma era “hija de Abraham”, destacando así su valor como parte del pueblo escogido de Dios.

Efectivamente Lucas, en su evangelio, dice que Jesús era bondadoso y compasivo con los vulnerables y los que eran rechazados por la sociedad: los pecadores, los enfermos y los pobres. Su amor y su misericordia (demostrados en la curación de la mujer encorvada) están al alcance de todos, sin restricciones.

El jefe de la sinagoga objetó la autoridad de Cristo para curar en día sábado. Según la ley judaica (Éxodo 20, 8-10), el sábado era día de reposo y estaba prohibido hacer cualquier tipo de obra. Sin embargo, Jesús puso en evidencia el error en que caían los fariseos. Es lógico, dijo el Señor, que si la ley permite atender a un animal en el día de reposo, con mayor razón puede atenderse a un ser humano, que es mucho más valioso. Jesús contradecía la estrechez mental del fariseo, que se preocupaba tanto de observar la letra de la ley que no podía ver el espíritu de la ley, o sea el amor a Dios y al prójimo. En cambio, curando a la mujer, Cristo cumplió el espíritu de la ley.

Otra característica del Reino de Dios es que sus hijos quedan libres de la esclavitud del pecado y del mal. Al principio de su ministerio terrenal, Jesús anunció: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lucas 4, 18-19).

En efecto, cuando curó a la mujer encorvada, Jesús dio pruebas de que el Espíritu de Dios estaba sobre él y que él hacía realidad la obra de Dios.
“Señor y Dios mío, sé que tú eres tierno y compasivo y deseas que todos se salven. Ayúdame a dedicar mi vida a llevar el mensaje del Evangelio a mis amistades, para que así se propague tu Reino en la tierra.”
Efesios 4, 32—5, 8
Salmo 1, 1-4. 6

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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