Santo Domingo, presbítero
Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua. (Mateo 14, 28)
Pedro bajó de la barca pisando sobre las olas. Viendo que Jesús caminaba sobre el agua encrespada, Pedro creyó tener fe suficiente para actuar. Había visto que Jesús hacía milagros y tenía poder para dominar el mar y la tormenta. Y al verlo, recordaba el asombroso poder de Dios, que había abierto las aguas para que su pueblo escapara de la esclavitud.
Esto le daba la seguridad de que podía confiar plenamente en Cristo, porque el poder extraordinario de Jesús sobre la naturaleza era una indicación más de su completa unidad con Dios.
Al bajar de la barca sintió el agua firme bajo los pies; dio un paso y luego otro, apartándose cada vez más de la seguridad de la barca y aventurándose a caminar sobre el mar tempestuoso. ¡Esto era fantástico! ¡Estaba caminando sobre las aguas tal como su Maestro! Todo esto animó al apóstol a caminar por fe.
Pero de repente se fijó en la fuerza de la tormenta y en las profundidades de las olas y desvió la vista de Aquel que lo había llamado. El impulsivo entusiasmo y el gran amor que habían sostenido su fe empezaron a decaer y comenzó a hundirse.
Lo que vemos en Pedro a menudo lo vemos en nosotros mismos. Muchas veces partimos con todo entusiasmo, resueltos a seguir al Señor, pero en algún punto de nuestro caminar, desviamos la mirada y nos olvidamos de la presencia de Cristo. Pese a que Dios ha actuado antes en nosotros y en otras personas, cedemos ante el asalto de la duda y olvidamos que cuando el Señor nos llama, él lo dispone todo para que respondamos bien.
Nuestro Señor nos exhorta a acercarnos y dejar que él nos eleve a una vida de confianza, seguridad, gozo, paz y amor expectante: Una vida cimentada en Dios. Cristo nos tiende la mano tal como a Pedro (Mateo 14, 31) y nos invita a caminar con fe, sin miedo, porque el que nos llama es el Señor resucitado. Él nos libra, nos sana, nos fortalece y nos sostiene mientras caminamos por las aguas de la vida, que por lo general son turbulentas.
Pero la clave en todo esto es no quitar la vista de la Persona de Cristo; él es el único que nos puede salvar.
“Amado Jesús, ayúdanos a tener presente que esta promesa tuya es para todos nosotros y para nuestros hijos; una promesa que espera hacerse realidad en todos los que caminan por fe.”Números 12, 1-13
Salmo 51(50), 3-7. 12-13
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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