Fue una carta del psicoanalista Carl Jung, discípulo de Freud, lo que me ayudo en aquella época a comprender algo importante.
Jung escribía a una de sus corresponsales cristianas estas palabras que cito de memoria:
«Admiro a los cristianos porque en quien tiene hambre o sed veis a Jesús. Cuando acogéis a un extraño, a alguien diferente, acogéis a Jesús. Cuando vestís a alguien que está desnudo, vestís a Jesús. Lo considero muy hermoso, pero lo que no comprendo es cómo nunca veis a Jesús en vuestra propia pobreza. Queréis hacer siempre el bien al pobre que está en el exterior y, al mismo tiempo, negáis al pobre que está en vuestro interior. ¿Por qué no podéis ver a Jesús en vuestra propia pobreza, en vuestra hambre y vuestra sed?; ¿no veis que también hay un enfermo en vuestro interior, que también vosotros estáis encerrados en una cárcel de miedos, que en vosotros hay cosas extrañas: violencia, angustia, cosas que no controláis y que son ajenas a vuestra voluntad? En vuestro interior hay un extraño, y hay que acoger a ese extraño, no rechazarlo, no negar su existencia, sino saber que está ahí, y acoger y ver a Jesús en él».
Este texto me ha ayudado mucho.
Es verdad: sólo puedo recibir a Jesús en mí si recibo al pobre que hay en mi interior.
Y, a partir de esto, pude descubrir una verdad muy sencilla:
sólo puedo acoger verdaderamente la heridas de Innocente, Éric y Luisito, si acojo mis propias heridas.
¿Puedo sentir verdadera compasión por ellos si no siento compasión por mí mismo?
Si niego mis propias heridas, negaré las heridas de los demás y los apartaré de mi camino para que no me obliguen a pensar en ellas.
Por lo tanto, el misterio del pobre es que revela a la vez el pozo de ternura y todo lo endurecido de nuestro corazón, todas nuestras heridas.
Y el gran secreto que Jesús nos revela es que está presente en nuestras heridas, en el pobre que hay en cada uno de nosotros y que hay que acoger como queremos acoger a Innocente, Luisito, Claudia...
Y éste es el significado profundo del encuentro de Jesús con la samaritana: «En eso has dicho la verdad». Para ser hombres y mujeres fecundos, tenemos que vivir en la verdad, tenemos que encontrar la unidad en nuestro interior.
No debemos negar nuestras heridas, sino acogerlas, y descubrir que Dios está presente en ellas.
Vanier, Jean, La fuente de las lágrimas, Ed. Sal Terrae, Santander, 2004, p. 93.
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