Ofrezcamos al Señor el testimonio de nuestro amor
Cuando se leía en el evangelio “Estás endemoniado” (Jn 8,52), Gertrudis, conmovida hasta el fondo de sus entrañas por la injuria hecha a su Señor, no podía soportar que el bien-amado de su alma escuchara ultrajes tan inmerecidos. De lo más profundo de su corazón le decía, como compensación, palabras de ternura: (…) “¡Jesús tan amado! ¡Tú, mi suprema y única salvación!”
Su amado, queriendo en su bondad recompensarla como siempre de manera sobreabundante, le tomó el mentón con su mano bendita y se inclinó hacia ella con ternura. Dejó caer estas palabras en los oídos de su alma, con un murmullo infinitamente suave: “Yo, tu Creador, tu Redentor y amante, te busqué al precio de mi felicidad, a través de las angustias de la muerte”. (…)
Esforcémonos entonces, con todo el ardor de nuestro corazón y nuestra alma, a ofrecer al Señor un testimonio de amor cada vez que escuchamos que se le dirige una injuria. Si no podemos hacerlo con fervor, ofrezcamos al menos la voluntad y anhelo de fervor. Ofrezcamos también el deseo y amor de las criaturas hacia Dios, teniendo confianza en su generosa bondad. Él no despreciará la modesta ofrenda de sus pobres, sino que la aceptará y recompensará más allá de nuestros méritos, según la riqueza de su misericordia y ternura.
Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301)
monja benedictina
El Heraldo, Libro IV, (Œuvres spirituelles, Cerf, 1978), trad. sc©evangelizo.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario