domingo, 5 de abril de 2020

MEDITACIÓN: MATEO 26, 12—27, 66

Mi hora está ya cerca. (Mateo 26, 18)

Entramos hoy en la Semana Santa, la Semana Grande, aquella en la que celebramos los trascendentales acontecimientos de la vida de Cristo.

Hoy leemos parte del tercer cántico del Siervo de Yahvé, el siervo que escucha, el siervo que sufre, el siervo que no pierde la esperanza; que presenta su espalda para que lo golpeen y sus mejillas a los que le hieren, y no oculta su rostro de los insultos y salivazos que le llegan. Esto nos recuerda lo que Jesús va a sufrir en estos últimos días de su vida: rechazo, azotes, insultos, salivazos.

Sí, el Mesías llega a la Ciudad Santa, a Jerusalén, el centro de todo: religioso, político y militar, donde se toman las decisiones que afectan la vida diaria del pueblo judío. Y este Mesías esperado entra en la ciudad montado en un borrico, un animal que no inspira elegancia, ni poder ni esplendor, todo lo contrario de un brioso corcel, montura de reyes, de conquistadores, de famosos militares y entradas triunfales en las ciudades conquistadas en grandes batallas.

Las autoridades no salen a recibirlo; es acompañado por sus discípulos y aquella gente que llega a Jerusalén para celebrar la Pascua, la fiesta que recordaba su salida de Egipto, su escapada del poder del Faraón, su liberación de la esclavitud.

En medio de todo esto, llega Jesús y luego va al templo. Por el camino, la gente extiende sus mantos para que pase el Señor, el Rey y Mesías. Luego, Jesús y sus discípulos se disponen a celebrar la pascua judía, pero él sabe que pronto será su propia pascua la que tendrá lugar.

El momento crítico se acerca, pero el Siervo Sufriente no abandona su camino, y aunque el Viernes de Dolor está a la esquina, Jesús sabe que todo no acaba ahí.

Te sugerimos, querido lector, que, en tu imaginación, te hagas presente entre la gente que recibe jubilosa al Rey y Mesías. ¿No lo aclamas tú también?
“Amado Jesús, hoy te recibo con vítores y palmas, porque tú eres mi Rey y Señor. El mundo no te conoce, pero yo sé que tú eres el Santo de Dios.”
Mateo 21, 1-11
Isaías 50, 4-7
Salmo 22 (21), 8-9. 17-20. 23-24
Filipenses 2, 6-11

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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