viernes, 3 de abril de 2020

MEDITACIÓN PARA HOY: JUAN 10, 31-42

El Padre está en mí y yo en el Padre. (Juan 10, 38)

Los judíos devotos tenían una reverencia tan grande a Dios que no se atrevían a citar la Escritura sin antes decir: “Así dice el Señor”, porque se cuidaban muchísimo de no atribuirse absolutamente nada que en realidad le perteneciera al Altísimo. Es comprensible, pues, que se hayan sentido horrorizados cuando escucharon que Jesús les decía: “El Padre y yo somos uno.”

Por eso, en respuesta a sus acusaciones de blasfemia, Jesús citó la Escritura para demostrar que él había sido consagrado y enviado por Dios a realizar las obras que hacía, y los desafió a aceptar que los prodigios eran pruebas de que el Padre estaba efectivamente en él y que él estaba efectivamente en el Padre. En vista de que seguían sin creerle, regresó al lugar donde Juan el Bautista había realizado su apostolado para fortalecerse y recordar las palabras que Dios mismo había pronunciado en su propio Bautismo: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido” (Lucas 3, 22).

Esta verdad de que Jesús está en el Padre y que el Padre está en él puede ser muy difícil de aceptar, pero forma parte de la esencia misma de nuestra redención. Significa que cada vez que vemos el crucifijo, no vemos solamente al hombre llamado Jesús de Nazaret que murió allí, sino que vemos al eterno Hijo de Dios, la omnipotente Palabra del Padre, que entregó su vida por nosotros. Este es el sacrificio que hace completa y eterna nuestra redención, porque ¡hemos sido redimidos por Dios mismo! No hace falta ninguna otra obra y no hay nada ni nadie que nos pueda arrebatar la salvación.

Teniendo presente esta esplendorosa verdad, podemos acercarnos a Dios, nuestro Señor, con gran confianza, y si caemos en pecado por error o debilidad, podemos arrepentirnos y pedirle el perdón que ya nos ha dado en la cruz, sin tener que ocultarnos de Dios ni temer su ira. Desde el principio de la creación, el Señor ya conoció todos nuestros pensamientos y debilidades más íntimos y a pesar de eso decidió enviar a su Hijo para salvarnos. Teniendo una redención tan espléndida, ¿cómo puede uno dudar de Dios?
“Alabado seas, Jesucristo, Señor y Dios nuestro, porque tú eres la Misericordia de Dios. Gracias, Padre eterno, por la magnífica e inmerecida redención que nos has otorgado.”
Jeremías 20, 10-13
Salmo 18 (17), 2-7

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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