Conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca. (Juan 11, 50)
El Consejo Supremo de los judíos, al enterarse de que Jesús había hecho revivir a Lázaro, tomó la decisión de darle muerte. ¡Qué paradoja! Mientras Cristo traía la vida, ellos buscaban la muerte. Así comenzaba el desenlace final del drama de la salvación.
Mientras conspiraban para arrestarlo, Jesús sabía que todo esto era parte del plan de Dios; y que pronto se cumplirían los designios del Padre. En poco tiempo más, Jesús iba a “congregar en la unidad a los hijos de Dios, que estaban dispersos” mediante su muerte en la cruz. Incluso Caifás, el sumo sacerdote judío, profetizó sin darse cuenta cuando dijo: “Conviene que un solo hombre muera por el pueblo.”
Al principio mismo de la historia humana, cuando nuestros primeros padres pecaron, el Señor dio el primer indicio de cuál sería su plan, anunciando que la descendencia de Eva aplastaría la cabeza de la serpiente (Génesis 3, 12-15). Más tarde, a medida que transcurría el tiempo, Dios habló por boca del profeta Isaías acerca de un “Ungido”, un misterioso Siervo Sufriente que sería “atormentado a causa de nuestras maldades” porque “el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros” y “lo llevaron como cordero al matadero” (Isaías 53, 5. 7). Ahora había llegado el tiempo del cumplimiento de estas profecías, y los perseguidores de Jesús fueron los que pusieron en movimiento los acontecimientos que ahora vamos a revivir en la Semana Santa, que ya se avecina.
Ahora bien, cuando tú contemplas el crucifijo, ¿qué ves? ¿El desenlace de un plan que Dios inició desde hace muchísimos siglos? ¿La obra de un Padre amantísimo que ha hecho muchos sacrificios para que tú descubras y aceptes su amor y te entregues a él? ¿O ves nada más que un hombre bueno que fue ajusticiado injustamente?
Gracias a la cruz de Cristo, todo el género humano ha sido redimido y todos los hombres y mujeres son invitados a experimentar la unión íntima con Dios.
Fija tu mirada en la cruz de Cristo cada día de esta semana y pídele al Espíritu Santo que, a través de ella, eleve tu vista hacia la realidad del plano celestial.
“Padre eterno, te doy gracias por no abandonarnos en el pecado, y por enviar a tu Hijo a redimirnos en la cruz.”
Ezequiel 37, 21-28
(Salmo) Jeremías 31, 10-13
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario