viernes, 27 de septiembre de 2013

Un amigo venido del cielo

"Y comenzaron a bendecir y cantar himnos a Dios, celebrando Sus grandes obrar. Y especialmente porque les había aparecido un ángel de Dios" Tb 12,22

Cuando mi primer hijo - Jonas- nació, mi corazón de padre se lleno de una alegría especial. Era la realización de un sueño. Finalmente experimentaba en mi vida la bendición que es la paternidad.

Mi hijo nació con hipoglucemia. Por eso fue necesario llevarlo rápidamente a la Unidad de Cuidados Intensivos de la maternidad y dejarlo al cuidado de los médicos dentro de una incubadora.

Gracias a Dios, mi esposa consiguió quedar en una dependencia del hospital que la Divina Providencia había reservado para nosotros. De esta forma ella podía sentirse próxima, cercano de nuestro hijo a la vez que se recuperaba de todo el desgaste del parto. Mi suegra también estaba presente para dar toda la asistencia necesaria a ella. En cuanto a mí, sólo podía ver a mi hijo diez minutos por día y no podía siquiera tomarlo en mis brazos, pues él tenía que se medicado dentro de la incubadora.

En una de mis visitas, vi a mi pequeño Jonas contorcionándose en aquella caja de vidrio. Percibí en esa hora que él estaba sufriendo y coloqué mis manos sobre la incubadora. Entonces comencé a orar: "Jesús, cura a mi  hijo! No lo dejes sufrir. Soy un padre afligido pidiendo Tu ayuda. Señor, misericordia!"
Recuerdo que, aquella noche, hice el trayecto del subterráneo desde la estación Itaquera (donde estaba el hospital) hasta la estación Santana (donde vivía) llorando sin parar.
Las personas dentro del subterráneo me miraban asustadas, pero no me importaba pues todas mis fuerzas estaban vueltas a un único pedido: "Jesús no dejes mi hijo morir!
Cuando llegue, para mi sorpresa, recibí la visita del padre Jonas, que estaba volviendo de una misión y tuvo la deferencia de ver cómo estábamos. Lo abracé llorando (para variar) y le mostré el cuarto de Jonas, preparado para recibirlo, pero vacío. Él bendijo el cuarto y dejó una tarjeta de "bienvenida" para él (mi hijo tiene ésa tarjeta guardada hasta hoy) y me dice que estaba orando por nosotros y que debía ser fuerte en aquella situación. Como fue consoladora esa frase del padre, la que oí tantas veces en la comunidad: "¡Aguanta firme, mi hijo!"

Al día siguiente, mas reconfortado por la visita y las palabra del padre, me levanté con una decisión en mi corazón: voy a orar delante del Sagrario hasta que el cielo se mueva a favor de mi hijo. Llevé a la capilla una botella de agua, la Biblia y una guitarra, mi rosario y el celular por si recibía alguna llamada de mi esposa o de mi suegra que se encontraban en el hospital.

Mientras llegaba a la capilla fui diciendo al Señor: "Jesús, sólo salgo de la capilla cuando mi hijo esté curado!" Y comencé a orar. Quedé por horas alabando, cantando, orando en lenguas y meditando la Palabra de Dios. Recordé entonces que mi hijo nació el día 29 de setiembre, día de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Comencé a invocar el auxilio de ellos y oré intensamente en el Espíritu.

Después de la oración en lenguas el Señor me dio la siguiente imagen: un trono visto desde atrás, o sea, no conseguía ver quien estaba sentado en él. Yo solo veía tres ángeles enorme al lado del trono. Comprendí que ellos eran los Arcángeles de dios. Vi luego otro ángel menor tomando en las manos a un niño envuelto en sábanas. Ese ángel se curvaba delante de Aquel que estaba en el trono y presentaba al niño que traía en las manos. Entonces, Aquel que estaba en el trono levanto la mano derecha y la extendió en dirección al niño. Y la visión terminó así.
De alguna forma sabía que aquel ángel con el niño en los brazos era el Ángel de la Guarda de Jonas. ¡qué alegría!, Dios estaba curando a mi hijo en aquel exacto momento. Mientras asimilaba todo eso, mi celular sonó, era mi suegra que, muy emocionada, me decía: "Alejandro, Rosení y yo acabamos de recibir la noticia que Jonas está mejor y que durante la semana recibirá el alta del hospital".

Mi Dios, cómo lloré en aquel momento! Todavía hoy me emociono al contar este testimonio. No me avergüenza derramar lágrimas, pues son lágrimas de gratitud.


El próximo día 29, mi hijo festejará 11 años de vida. Veo mi pequeño creciendo saludable, feliz y, sobretodo, bendecido por Dios.
A pesar de los años que fueron pasando, confieso que, en aquellos días aprendí una lección que nunca más olvidé en la vida: podemos y debemos contar siempre con los ángeles, esos amigos fieles que Dios colocó a nuestro lado.


Así como yo experimenté el auxílio de los Santos Arcángeles en una situación bien concreta de mi vida, tu también puedes experimentar el mismo auxilio de lo Alto. ¡Cree en eso! Dios nos bendijo con amigos fieles y poderosos, los ángeles, que están siempre dispuestos a presentar delante del trono de Dios nuestras necesidades más urgentes.

Por eso, mi hermano, aquí está la sugerencia: deja de querer caminar y resolver todo por tí mismo, solo, con las propias fuerzas, aprende a pedir el auxilio de los Santos Arcángeles. Verás, definitivamente, que el cielo también se mueve en tu favor!.
Un abrazo fraterno.

Alexandre Oliveira
Miembro de la Comunidad Canção Nova
fuente: www.cancaonova.com
adaptación y traducción del original en portugues.

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