Uno de los mayores desafíos de un joven cristiano es vivir correctamente su sexualidad, principalmente cuando forma parte de un mundo en el cual los valores son dejados de lado y hay una búsqueda desenfrenada por el placer. No es fácil soportar tamaña presión de los amigos y de los medios de comunicación, pero quien lograr vivir la castidad se da cuenta que vale la pena.
La sexualidad es algo bellísima, otorgada por Dios para ser vivida de manera responsable. El problema comienza cuando la búsqueda por el placer deja de ser saludable y pasa a consumir una energía innecesaria. Es el joven quien dice que no quiere perder tiempo y decide vivir el sexo desenfrenado, colocándose en una situación en que todo está permitido y en la cual no se asume ninguna responsabilidad.
Nadie logra realizarse como ser humano mientras que coloque los deseos de la carne por encima de las necesidades del espíritu. Los deseos sexuales, aun siendo bellísimos, no son saciados si se abusa de ellos. Los deseos espirituales, o sea, la búsqueda de Dios y de las cosas santas, se sacian con la búsqueda constante. Si no sabemos equilibrar los deseos, no seremos serenos en estos últimos.
Todo joven sueña con ser feliz, pero nadie logra ser realmente feliz si no se disciplina en el uso de las funciones dejadas por el Señor. Si compro un auto creado para andar por la calle e intento andar en el agua, ciertamente estaré haciendo mal uso del auto; y los resultados dañinos no tardarán en aparecer. Así sucede con nuestra sexualidad: si es mal usada, afectará otras áreas de nuestra vida.
Quien quiere ser puro y vivir bien su sexualidad necesita disciplinarse en la mirada, en la escucha y en el hablar. Somos constantemente bombardeados por sonidos, imágenes y lecturas que nos incentivan a la vivencia incorrecta de la sexualidad, como si fuera beneficioso para nosotros. Esta mentalidad pagana, que se disemina como virus en la sociedad, no es garantía de felicidad eterna, sino más bien de un placer momentáneo, el cual, muchas veces, deja dolor y resentimiento cuando pasa.
La pureza no es una fuga cobarde de las tentaciones, ya que no es eso lo que pedimos al Padre en la oración enseñada por Jesús. Ser puro es vivir en un mundo erotizado y no dejarse contaminar por él. Sabemos que las tentaciones vienen – ¡siempre vienen! – pero el joven que está en sintonía con Dios no se achica delante de ellas. Y, aun siendo derrotado una que otra vez, no se siente derrotado, pues sabe que siempre le es dada una nueva oportunidad de lucha hasta vencer.
La psicología nos enseña la sublimación de los deseos. La religión nos muestra que Dios suple nuestras carencias. Nadie necesita esconderse del mundo y de las personas temiendo no soportar la presión. El joven cuanto más lucha para vivir bien la sexualidad, se vuelve más fuerte y maduro psicológicamente. Sus caídas le servirán de impulso para lograr su meta y, en poco tiempo, será también ayuda para conducir a otros jóvenes.
Siempre es tiempo de cambiar el rumbo del barco y remar hacia nuevas aguas. El joven que quiere vivir bien su sexualidad necesita decidirse a abandonar todo lo que no le ayuda en ese proceso y buscar todo y a todos lo que puedan ayudarlo. Ciertamente, hay mucha gente buena que creer en el uso sano y correcto de la sexualidad. Y son esas personas a las que se debe ver como espejos, pues son ellas las que están en el camino escogido y trazado por Dios para el joven que quiere ser feliz. ¿Aceptas el desafío?
Artículo enviado por el internauta Paulo Franklinwww.destrave.cancaonova.com
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