En el Evangelio de hoy, el Señor le manda al enfermo que guarde el secreto. El leproso le pide que lo cure, pero tal vez no está seguro de que Jesús pueda o quiera hacerlo, porque le dice: “Si tú quieres, puedes curarme.” Tal vez todo lo que sabe es que Jesús hace milagros y no sabe si el Señor es “caprichoso”, como los “dioses” paganos, que según decían realizaban maravillas sólo cuando les parecía interesante o divertido.
Como haya sido, el Señor se compadece y cura al hombre. Pero también le manda no divulgar la curación. ¿Por qué? Primero, porque en ese tiempo nadie entendía quién era realmente Jesús, nadie entendía que este “sanador” era en realidad el Mesías de Dios.
Segundo, porque aún no ha llegado el momento de que Jesús se revele al mundo y no lo será por un tiempo. En el Evangelio de San Marcos, vemos que el Señor procura ocultarse y se va a lugares desérticos, para que pueda terminar bien su misión de llegar a la cruz, porque sólo así la gente entenderá que él vino a salvarlos del pecado y no sólo a aliviar sus sufrimientos en esta vida. De hecho, la confesión del centurión al pie de la cruz es la primera vez que alguien reconoce la verdadera identidad de Jesús: “¡De veras este hombre era Hijo de Dios!” (Marcos 15, 39).
Por eso, ¡alégrese! Aquello que antes era secreto, ahora es una revelación plena. Jesús, el Señor, el Hijo de Dios, es ahora totalmente accesible a nosotros y nos dice: “¡Por supuesto, quiero curarte! ¡Claro que quiero consolarte! ¡Más aún, quiero que estés conmigo en el cielo para siempre!” ¡Este es nuestro Salvador!
“Jesucristo, mi Señor y Salvador, tú eres realmente el Mesías. Te doy gracias por el regalo inmerecido de la salvación y por la paz eterna que has ganado para mí.”
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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