Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: ¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz. A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca". Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió por toda la Siria, y le llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos: endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres Pérez cmf
Los Evangelios de estos días van a ser como un pequeño condensado o resumen de todo el Evangelio. Este niño que acaba de nacer tiene prisa por dejarnos claro que tiene algo importante que decirnos. La buena nueva del Evangelio está ahí y es la mejor noticia que podemos escuchar en este comienzo de año.
Su mensaje es en realidad muy sencillo. Tiene una invitación a cambiar de vida. No otra cosa significa “convertirse.” Podemos darle muchas vueltas a esa palabra pero en el fondo todos sabemos a qué se refiere. Todos somos conscientes de las asignaturas pendientes que hemos ido dejando a lo largo de nuestra vida. Envidias, egoísmos, violencias... tantas cosas que creemos que hemos dejado atrás pero que en el fondo se nos han quedado pegadas a la piel como cicatrices horribles. Convertirse significa lavarnos, limpiarnos, purificarnos y empezar como nuevos. Convertirse significa pedir perdón al que ofendimos, reconstruir las relaciones rotas con el hermano, renunciar a la violencia y construir la paz. Cada uno tiene que mirar en su propia y personal historia y, si somos honestos, no tendremos mucha dificultad para descubrir eso en lo que tenemos que convertirnos.
Esa conversión que tanto nos hace falta a veces no podemos conseguirla con nuestras solas fuerzas. Y ahí viene Jesús en nuestra ayuda. En el Evangelio se dice de él que iba por los caminos de Galilea enseñando, proclamando el Reino y curando las enfermedades y dolencias del pueblo. En el fondo, Jesús es un sanador, uno que cura nuestras heridas y nuestras dolencias. Uno que va sanando las cicatrices y dolores que arrastramos de años de mala vida.
Ahí está el centro del Evangelio: Jesús nos invita a convertirnos a la fraternidad, al reino. Jesús nos llama a darnos cuenta de que somos hermanos, hijos e hijas del mismo Padre. Y nos dice que ni la violencia ni el odio ni la envidia ni... tienen sentido en el reino de su Padre. Y él mismo se nos ofrece para curarnos nuestras heridas. Todo eso que nos impide levantarnos y comenzar a trabajar por el reino. Porque él es gracia y amor y perdón y esperanza.
Fuente Ciudad Redonda
No hay comentarios:
Publicar un comentario