viernes, 7 de octubre de 2016

Meditación: Lucas 11, 15-2


Nuestra Señora del Rosario

La Virgen María se le apareció a Santo Domingo de Guzmán en 1208 en Prouilhe (Francia) con un rosario en la mano. Le enseñó a rezarlo, le anunció diferentes promesas referidas al rosario y le dijo que lo predicara entre los hombres. El santo lo enseñó a los soldados liderados por su amigo Simón IV de Montfort antes de la Batalla de Muret, cuya victoria se atribuyó a la Virgen María. Por ello, Montfort erigió la primera capilla dedicada a esta advocación.

Domingo de Guzmán era un santo sacerdote español que se fue al sur de Francia para convertir a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albigense, según la cual existían dos dioses, uno del bien y otro del mal.

Según ellos, el dios bueno había creado todo lo espiritual; el malo, lo material. Por consiguiente, los albigenses creían que todo lo material era malo y que el cuerpo humano, por ser material, era malo, de lo que deducían que Jesús, como tuvo un cuerpo, no podía ser Dios.

En respuesta, la Iglesia Católica declaró que tales doctrinas eran heréticas. Tras una tentativa misionera y frente a la creciente influencia y extensión de la herejía, la Iglesia terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación. A finales del siglo XIII, el movimiento, ya debilitado, entró en la clandestinidad y se extinguió poco a poco.

En el siglo XV, el Beato Alano de la Rupe declaró que había visto a la Virgen y que ella le había pedido que reviviera la devoción al santo rosario entre los fieles. Le recordó además las promesas que siglos atrás ella le había anunciado a Santo Domingo.

En el siglo XVI, San Pío V instauró la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario el 7 de octubre, aniversario de la victoria (atribuida a la Virgen) en la Batalla de Lepanto, donde las fuerzas cristianas derrotaron a los turcos que invadían Europa, denominándola “Nuestra Señora de las Victorias” y añadió a la letanía de la Virgen el título de “Auxilio de los Cristianos”. Su sucesor, el Papa Gregorio XIII, cambió el nombre de la festividad a “Nuestra Señora del Rosario.”
“Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado por ti. Animado por esta confianza a ti acudo, oh Madre mía.”
Gálatas 3, 7-14
Salmo 111(110), 1-6

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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