«¿Yo ignoro al Espíritu Santo? ¿Y sé que si voy a Misa el domingo, si hago esto, si hago esto es suficiente? ¿Mi vida es una vida a medias, tibia, que entristece al Espíritu Santo y no deja en mí la fuerza de ir adelante, de abrirme? ¿O, finalmente, mi vida es una oración continua para abrirse al Espíritu Santo, para que Él me lleve adelante con la alegría del Evangelio y me haga entender la doctrina de Jesús, la verdadera doctrina, aquella que no encanta, aquella que no nos hace necios, sino la verdadera? Y que nos haga entender dónde está nuestra debilidad, aquella que lo entristece a Él; y que nos lleve adelante, llevando adelante también el nombre de Jesús a los demás y enseñando el camino de la salvación»
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