Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?". El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo". "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida". Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf
La cuestión no es lo que hay que hacer para salvarse. Parece ser que el maestro de la Ley tenía bien aprendida la lección. Claro que para eso era maestro de la Ley. El problema, por eso era también maestro, lo tenía al precisar los términos. No tenía, parece ser, problema para entender lo que significa “Dios” ni lo que significa “amar”. Pero sí tenía problema para fijar con claridad el significado del término “prójimo”. Por eso, la pregunta: “¿Y quién es mi prójimo” No era una cuestión secundaria. En la definición de quién es el prójimo se juega también el cómo se deberá actuar. En concreto, a quién hay que amar además de a Dios.
Lo malo es que Jesús no era hombre de definiciones sino de historias –o lo bueno, quizá–. Y en lugar de darle una definición del tipo de “prójimo es el que vive en la casa de al lado” o “prójimo es el de tu raza” o “prójimo es el de tu familia y sangre”, Jesús le cuenta una historia: la parábola del buen samaritano. Ya la conocemos todos. Por eso no hay que repetirla pero sí subrayar algunos puntos que nos ayuden a cada uno de nosotros a responder en nuestra vida la pregunta que hizo el maestro de la Ley. Y que, quizá, nos la hayamos hecho también nosotros más de una vez.
El sujeto de la historia no es el samaritano que le ha dado nombre a la parábola sino el hombre del camino al que asaltan unos bandidos, le muelen a palos y le dejan medio muerto en el camino. Él es el protagonista. No sabemos nada de él. Es “un hombre”. Uno cualquiera. No sabemos si era romano, judío, samaritano, zelota, ladrón o fariseo. Es un hombre cualquiera. Es importante señalar esto porque él es el “prójimo”. Y así ya tenemos la respuesta a la pregunta inicial. El prójimo es cualquier hombre (o mujer, añadiríamos actualmente para dejar la cuestión más clara todavía) que se haya quedado al margen del camino, molido a palos por la vida (en la historia Jesús tenía que poner alguna causa pero los bandidos se pueden interpretar de muchas maneras; puede ser la enfermedad, la injusticia, la soledad, etc; hay muchas razones para dejar a las personas tiradas al margen del camino).
No hay que darle más vueltas. El prójimo es cualquier hombre o mujer que esté tirado al borde del camino de la vida, sin fuerzas, medio muerto, sin capacidad de integrarse en el río de la vida. Y lo que hace el samaritano es levantarle, curarle e integrarle. Exactamente lo que no hicieron los otros, el levita y el sacerdote.
Con esta historia ya no tenemos disculpa. Salvarnos es vivir en el amor a Dios y al prójimo. El prójimo es cualquiera que esté al margen por la razón que sea. Y nuestro deber, es amarle. O, lo que es lo mismo, integrarle, rescatarle, echarle una mano, levantarle. Pues, entendida la teoría, ya no queda más que ponerla en práctica. ¡Ánimo!
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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