viernes, 7 de octubre de 2016

RESONAR DE LA PALABRA 07102016

Evangelio según San Lucas 11,15-26. 
Habiendo Jesús expulsado un demonio, algunos de entre la muchedumbre decían: "Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios". Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: "Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: 'Volveré a mi casa, de donde salí'. Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio".

RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf

      Cuentan que una vez se acercaron a un pueblo español unos Testigos de Jehová. Como hacen habitualmente, empezaron a ir de casa en casa para hablar con los vecinos y tratar de convencerlos de que se uniesen a su comunidad. Dice la historia que llegaron a una casa en las que les abrió la puerta un hombre. Ellos comenzaron a hablar y, al poco, el hombre les paró y les dijo: “Miren, vamos a dejarlo, porque yo no creo en mi religión católica que es la verdadera, no voy a empezar a crear en la suya que es falsa.”

      La historia nos puede ayudar a entender el texto evangélico de hoy y las muchas reticencias que se encontró Jesús en su ministerio. En el tiempo de Jesús había también muchos de esos que no creían en su religión que era la verdadera y no iban a creer en aquellas nuevas ideas que predicaba Jesús. Daba lo mismo que vieran que las palabras de Jesús eran liberadoras, que la gente sanaba de sus enfermedades y encontraba nuevos caminos de solidaridad y fraternidad. Daba la mismo que Jesús se posicionase claramente contra todo lo que significaba opresión y dolor y sufrimiento para las personas. Todo eso daba lo mismo por una sencilla razón: porque ellos no querían salir de sus casillas, de su vida tranquila, ordenada y cómoda. Ellos no se sentían solidarios con las personas que sufrían. Se habían hecho una vida tranquila, reposada, y no querían dejarla de ninguna manera. Si otros lo pasaban mal, no era su problema. A ellos les bastaba con cumplir con las apariencias de una vida socialmente aceptable. 

      Por eso criticaban a Jesús. No le podían aceptar. Jesús les descolocaba. Había que dar una explicación convincente a lo que pasaba delante de sus ojos. No fue difícil. Lo que hacía Jesús lo hacía por arte de Belcebú. Ya está. Solucionado el problema. Podían volver a cerrar la puerta y sentarse tranquilamente enfrente de la televisión a leer el periódico. Otros iban un poco más allá y le pedían un signo que les convenciese definitivamente. 

      Jesús les responde con su vida. No hay más signo que lo que hace. Y lo que hace es el bien. Jesús fue un hombre que pasó haciendo el bien, preocupándose por el bien de los que se encontró en el camino, abriendo los corazones a la esperanza de que era posible vivir de una manera nueva, más justa, más solidaria, más fraterna. Todos como hijos del mismo Padre Dios. 

      Claro que, para eso, para vivir de esa manera nueva, hay que salir de donde estamos, de donde nos sentimos cómodos. Hay que mirar de frente el dolor y la injusticia del mundo, de nuestros hermanos y hermanas. Hay que sentirse solidarios y aceptar que la vida, el reino, está más allá de los muros de nuestra casa, de nuestras comodidades. ¿Lo intentamos?

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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