viernes, 4 de agosto de 2017

Señor, te presento las heridas de mi corazón... ¡ayúdame a perdonar a quienes me las provocaron!

El Señor quiere prevenirnos, para que no nos dejemos llevar por el impulso de la animadversión personal, basada en nuestras propias justificaciones.

El cristiano tiene el deber de olvidar toda disputa personal, porque —como podemos leer en el Padre nuestro, “... y perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quien nos ofende”— Dios perdona nuestras faltas con la condición de que también nosotros perdonemos a nuestros semejantes. “Porque si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre perdonará las vuestras” (Mateo 6, 14-15).

El Señor quiere prevenirnos, para que no nos dejemos llevar por el impulso de la animadversión personal, basada en nuestras propias justificaciones. Aquellas palabras nos enseñan a amarnos los unos a los otros, no sólo a nuestros amigos, sino también a nuestros enemigos. Para esto, debemos alejar todo deseo de venganza y perdonarnos recíprocamente nuestras faltas.

(Traducido de: Arhiepiscop Averchie Taușev, Nevoința pentru virtute. Asceza într-o societate modernă secularizată, traducere de Lucian Filip, Editura Doxologia, Iași, 2016, p. 135)
fuente Doxología

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