Aparecerá el signo de la cruz
“¡Realmente, tú eres un Dios que se oculta!” (Is 45,15). ¿Por qué se oculta? Porque no le queda ni resplandor, ni belleza, y sin embargo el poder está en sus manos. Es ahí que se oculta su fuerza.
¿No estaba escondido cuando entregaba sus manos a las bestias y sus palmas a los clavos? El agujero de los clavos estallaba en sus manos y su flanco inocente se ofrecía a ser herido. Sometieron sus pies a las trabas, el hierro atravesó la planta de sus pies, sus pies fueron fijados al leño. Tales son las heridas que Dios ha sufrido por nosotros, en su propia casa y de mano de los suyos. ¡Qué nobles son esas heridas que han curado las heridas del mundo! ¡Qué victoriosas son esas heridas con las que mató a la muerte y fue devorado el infierno! (…) ¡Oh Iglesia, oh paloma!, tienes las cavidades de la roca y las aberturas de la muralla para reposarte. (…)
¿Qué harás (…) cuando vendrá sobre las nubes con gran poder y majestad? Descenderá en las llamas del cielo y la tierra y los elementos se disolverán ante el terror de su llegada. Cuando haya venido, el signo de la cruz aparecerá en el cielo. El Bien-Amado mostrará las cicatrices de las heridas y el sitio de los clavos, con los que lo has clavado en su propia casa.
San Amadeo de Lausanne (1108-1159)
monje cisterciense, obispo
Homilía Mariana V, (Huit homélies mariales, Paris, Cerf, 1960), trad. sc©evangelizo.org
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