“Anunciad la Buena Nueva a toda la creación.”
Después que Nuestro Señor fue resucitado de entre los muertos y los apóstoles fueron revestidos de la fuerza de lo alto por la venida del Espíritu Santo (Lc 24,49), tuvieron la certeza absoluta y el conocimiento perfecto sobre todo. Entonces llegaron hasta los extremos de la tierra (Sl 18,5), y ellos que poseían todos por igual y cada uno en particular el Evangelio de Dios, proclamaron la buena nueva que nos viene de Dios y anunciaron a los hombres la paz del cielo.
Así Mateo, para los hebreos, y en su propia lengua, publicó una forma escrita de Evangelio, mientras que Pedro y Pablo evangelizaron Roma y fundaron la Iglesia. Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro (1P 5,13), después de la muerte de éste nos transmitió también por escrito la predicación de Pedro. Por su parte, Lucas, el compañero de Pablo, consignó en un libro el Evangelio predicado por ése. Finalmente, Juan, el discípulo del Señor, el mismo que reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús, publicó también el Evangelio, durante su estancia en Éfeso…
Marcos, intérprete y compañero de Pedro, presentó de esta manera el principio de su redacción del Evangelio: “Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el Profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino”… Vemos que Marcos hace de las palabras de los santos profetas el comienzo del Evangelio, y aquel que los profetas proclamaron Dios y Señor, Marcos lo designa ya al principio como Padre de nuestro Señor Jesucristo… Al final de su Evangelio, Marcos dice: “El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. Es la confirmación de la palabra del profeta: “Oráculo del Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies” (Sl 109,1).
San Ireneo de Lyon (c. 130-c. 208)
obispo, teólogo y mártir
Contra las herejías, III 1,1; 10,6
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