Evangelio según San Juan 14,21-26
Jesús dijo a sus discípulos:
«El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él".
Judas -no el Iscariote- le dijo: "Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?".
Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.
El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»
El amor y los mandamientos
Hacer el bien, con ser una exigencia incondicional, tiene también sus peligros: el orgullo, la autoglorificación, la tentación de usar el bien realizado en provecho propio. El fariseísmo es su forma religiosa más típica. Por eso es sano y conveniente que, en ocasiones, hacer el bien (como denunciar el mal, negarse a cooperar con él, decir la verdad, ser honesto contracorriente…) pueda conllevar consecuencias negativas para el que lo hace (y la historia es generosa en ejemplos de esto, con Cristo a la cabeza). Porque así podemos ejercer la difícil libertad de elegir el bien por razón del bien mismo, y no por las ventajas que nos reporta. Pablo y Bernabé tenían todas las papeletas para aprovecharse de la situación, de dejarse agasajar como dioses y convertirse en los dueños del garito. Pero ellos, fieles a su fe en Cristo, protestan con energía y desvían la atención de su buena acción a su verdadero origen: Jesucristo, al que anuncian a aquellos hombres asombrados por el milagroso bien realizado.
Esa fidelidad es parte del verdadero amor. Amar no es sólo sentir, sino, sobre todo, vivir, decidir, hacer. Por eso Jesús vincula con tanta fuerza el amor a él con el cumplimiento de los mandamientos, con hacer efectivamente su voluntad. Así pues, el verdadero amor, sin excluir el sentimiento, pero sin reducirlo a él, es cosa de la voluntad; pero también de la razón: al que ama a Jesucristo este se le manifiesta y revela. El que ama de verdad ve, repara y presta atención, decide y pone manos a la obra, y también, claro, siente, aunque el sentimiento no siempre acompañe, como en el caso del amor a los enemigos.
Ahora entendemos que el amor verdadero brota del mismo centro de la realidad personal, allí donde habita escondido el misterio de Dios, la imagen suya que somos. Y es que el amor, más que una exigencia moral es la vida misma de Dios actuando en nosotros, la acción del Espíritu Santo, que el Padre nos ha enviado en nombre de Cristo.
Los santos, como hoy santa Catalina de Siena, son un ejemplo preclaro de ese amor que consiste en hacer, pero no de modo meramente voluntarista, sino bajo la guía del Espíritu del amor. Santa Catalina realizó obras inimaginables para una persona de su juventud y su condición femenina, que tanto condicionaba en aquellos tiempos: fue capaz de ejercer eficazmente el ministerio profético ante el mismo Papa. En este enlace se puede leer una síntesis de su biografía.
Cordialmente,
José María Vegas CMF
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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