Evangelio según San Juan 10,22-30
Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno,y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.Los judíos lo rodearon y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente".Jesús les respondió: "Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí,pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.El Padre y yo somos una sola cosa".
Que las obras testimonien que somos cristianos
Es bueno volver a los orígenes. No, ciertamente, por el gusto regresivo de canonizar el pasado, sino para descubrir vitalmente sentidos originarios, que con el paso del tiempo han podido ir perdiendo su significado primero. ¿A qué suena hoy el adjetivo “cristiano”? A una pertenencia religiosa, eclesial y, en un sentido más amplio, cultural, distinta y con frecuencia enfrentada a otras pertenencias e identidades. Pero cuando surgió el término, concretamente, en Antioquía, carecía de todas esas connotaciones. Y no fueron los mismos discípulos los que se dieron ese nombre, sino que “fueron llamados cristianos”. No podía ser por otro motivo que el que, en su vida y con sus obras, hacían visible a Cristo. Eran un testimonio vivo de alguien que no era una mera referencia histórica, sino una presencia viva y activa.
De este modo, reproducían en sí mismos lo mismo que Cristo había realizado en los días de su vida mortal: no se mostraba como Mesías a base de argumentos teológicos o reivindicaciones genealógicas, sino que lo decía con obras, que lo mostraban como verdadero Hijo de Dios.
En este tiempo pascual, cuando nos hemos renovado haciendo memoria viva de los acontecimientos centrales de nuestra fe, los que nos consideramos cristianos estamos llamados a serlo reflejando en nuestra vida la presencia del que vive para siempre, por medio de las obras que nos atestiguan como verdaderos hijos de Dios, como verdaderas ovejas del rebaño del Buen Pastor que dio su vida para darles, a ellas, y por ellas, a todos, la vida eterna.
Cordialmente,
José María Vegas CMF
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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