«La oración, al llevar nuestro entendimiento hacia la claridad de la luz divina y al inflamar nuestra voluntad en el fuego del amor celestial, purifica nuestro entendimiento de sus ignorancias y nuestra voluntad de sus depravados afectos.»San Francisco de Sales
¿Tienes en tu vida experiencia diaria, continua, de
oración? ¿Tuviste la gracia de gustar lo que implica entrar en diálogo, en
comunión, con Aquel que es Fuente de todo Bien?
¿Sabías que la oración no sólo conduce a un encuentro personal, único y transformador con quien te formó, te cuidó en el vientre materno, y entregó su vida por tu salvación/sanación?
Sí, la oración encierra en sí misma, inseparablemente, la gracia de transformarte no solo espiritualmente. Para que puedas intuir de qué hablamos presta atención a estos cinco efectos que “la oración” deja a su paso:
1. Reducción del Estrés: La oración puede inducir una respuesta de relajación que combate el estrés, calma el cuerpo y promueve la sanación. Esto ha sido comprobado mediante estudios de resonancia magnética nuclear (RMN) del cerebro.
2. Mejora de la Salud Mental: Las personas que oran frecuentemente pueden tener una mejor salud mental y sufrir menos síntomas relacionados con los trastornos de ansiedad, como preocupación irracional, miedo y timidez.
3. Aumento de la Esperanza de Vida: Un estudio del Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh encontró que la actividad religiosa semanal puede aumentar la esperanza de vida entre 1.8 y 3.1 años, comparable a los beneficios del ejercicio físico regular.
4. Reducción de la Ansiedad: La oración puede reducir la ansiedad y aumentar la actividad en áreas del cerebro relacionadas con la empatía y la compasión.
5. Mejora del Bienestar Emocional: La oración puede ofrecer consuelo emocional y un sentido de propósito, lo que puede traducirse en menos estrés y una mejor calidad de vida.
Podemos afirmar que los efectos positivos de la oración, no solo son espirituales, sino que en todo el ser de la persona humana (sea biológica y psicológica), se sana, ya que somos una unidad indisoluble (cuerpo, psique y espíritu), todo lo que pasa en el espíritu, también es comunicado a la psique y al cuerpo.
Aunque siempre han existido, particularmente después de la pandemia hemos visto aparecer más visiblemente las llamadas enfermedades psicosomáticas que son, básicamente, aquellas que por una gran angustia, por ejemplo, derivan en un problema físico como enfermedad. Para ser más concretos y claros los que queremos decir es que algo no-físico o no palpable, como una angustia grande, termina siendo algo físico como problemas intestinales, o tumores. Este vínculo (como si se tratase de un diálogo) puede ocurrir de manera viceversa, estamos diciendo básicamente que el cuerpo también puede afectar a la psique y al espíritu.
Conociendo esta realidad de “vasos comunicantes” podemos ahora comprender la responsabilidad y el compromiso diario que debemos asumir: alimentar sana y correctamente nuestra vida espiritual. Si avanzas en el entendimiento verás con claridad que tener una psique sana, es tener un espíritu sano, y para tener un espíritu sano se necesita de la oración, que es la comunicación con Dios. Una comunicación con Dios -bien fundado- necesariamente va a tender como por esencia a reparar, recomponer nuestra vida.
San Pablo en el capítulo 21 de su Evangelio nos recuerda que toda oración necesita fe para que sea eficaz «Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán» (Mateo 21, 22)
Hoy queremos hablarte de lo que algunos profesionales
de la salud mencionan como “oración de higiene espiritual” u “oración de
preservación espiritual”
Esta experiencia oracional es una oración que ayuda a quitar las tentaciones, que muchas veces se confunden como pensamientos propios y que a su vez clama, pide con fe expectante a Dios quite los afectos desordenados en los que podamos estar cayendo.
La eficacia de esta oración no sólo considera la
predisposición interior de quien se entrega en ese encuentro amoroso con Dios,
sino que implica una búsqueda creciente de santidad, de vida de gracia puesto
que, con el pecado mortal, «perdemos la gracia santificante, por la
que nuestra alma vivía una vida semejante a la de Dios; es, pues, una especie
de suicidio espiritual»
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