Meditación desde Buenafuente para el XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
La vida comunitaria y familiar, y la convivencia diaria pueden llegar a ser, en ocasiones, circunstancias adversas porque el trato se vuelve difícil y quizá hay agravios comparativos por desigualdades en el trabajo, porque algunos pueden evadirse de las tareas y otros sentirse sobrecargados.
No siempre se vuelve más descansado de las vacaciones, y cabe que al recomenzar los trabajos surjan la hipersensibilidad y la irritabilidad. Una ayuda, para el buen entendimiento, es el servicio entrañable de corregir con delicadeza, aunque hay momentos en los que la amonestación se vuelve dolorosa, pero si no se hace, crece el mal, o deriva a peores consecuencias.
El profeta Ezequiel indica la misión de ser luz, indicador, guía, ejemplo: “A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte”. Este oficio deberá ir ungido de amor y de sinceridad. “A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley”, dice el apóstol. En ocasiones, el vigía se convierte en acusador, y en este caso, no surge el efecto beneficioso.
Uno de los momentos más difíciles, a la vez que provechoso, es el de la corrección fraterna. Difícil sea porque en general cada uno cree que está obrando bien y no acepta la corrección, sea porque por su carácter da miedo la posible reacción. Sin embargo, el consejo evangélico es claro: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Y la mejor reacción la señala el salmista: “Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis vuestro corazón.»
La corrección debe conllevar el ofrecimiento del perdón, más que el ajuste de cuentas o la denuncia de la debilidad. El texto evangélico une la llamada a la corrección con el poder de perdonar, entregado por Jesús a los discípulos: “Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”.
En el mismo Evangelio se une corrección, perdón y oración: “Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. La pregunta que surge es muy necesaria. Cuándo se corrige, ¿se hace por amor, o por crispación? En la relación fraterna, además de la posible corrección, ¿se da el perdón mutuo y la oración en común?
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