miércoles, 24 de septiembre de 2014

¿Mentir siempre es pecado?

“Nosotros nunca mentimos, porque somos hijos de la luz” San Agustín

Las personas tienden a considerar la mentira como un pecado circunstancial, como si determinadas situaciones, como  salvar a personas en riesgo, por ejemplo, la volviesen legítima. Mientras tanto, la doctrina tradicional de la Iglesia enseña que la mentira siempre es intrínsecamente mala. “La mentira es por su naturaleza, condenable”, dice el Catecismo. Esto significa decir que ella es pecado no porque es prohibida, como lo es comer carne el viernes santo, una prohibición de que se puede obtener dispensa, sino porque es desordenada en sí misma. Por eso, no es justificable mentir en ninguna circunstancia.

El Catecismo de la Iglesia Católica define la mentira como “hablar o actuar contra la verdad, para inducir en error”. En ese caso, se trata de hablar o actuar contrario a aquello que está en la propia mente. Una persona, por ejemplo, que estuviese engañada al respecto de algo y lo comunicase, pensando que era verdad, no mentiría. Si por el contrario, comienza a decir cosas que no están de acuerdo con lo que está en la mente, la razón de ser de la palabra, que es comunicar los pensamientos, desaparece.

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Es necesario considerar, sobre todo el gran aprecio que los cristianos deben tener por la verdad, pues Nuestro Señor se definió como “el camino, la verdad y la vida y Él mismo llamó al Espíritu “Espíritu de la Verdad”. Al mismo tiempo, es con seriedad que Jesús reprende a los mentirosos: “Vuestro padre es el diablo, (…) en él no hay verdad. Cuando él miente, está diciendo lo propio de él, pues es mentiroso, padre de la mentira”.

En algunas circunstancias existe la posibilidad de recurrir a la llamada restricción mental. En sentido estricto, también ella es pecaminosa pues no pasa de un modo “sofisticado” de mentir.  Sin embargo, en sentido amplio,  siendo una frase o un gesto ambiguo, ella puede ser justificada, caso exista una razón grave y proporcionada, como salvar una vida, mantener buena fama, guardar el sigilo de una confesión o el secreto profesional, etc. A veces las personas pueden hacer alguna pregunta imprudente, intentando descubrir algo que ella no tiene derecho de saber.

Algunos pasajes de padres de la Iglesia, como Orígenes, San Juan Crisóstomo, San Hilario de Poitiers y Cassiano, son un poco dificiles y parecen intentar justificar la mentira. En realidad, al depararse con los textos originales y con sus respectivos contextos, se percibe que ellos están hablando de restricción mental, no de mentira, que como ya se dijo, siempre es condenable.

La virtud de la veracidad se opone a la mentira.
Son numerosos los mártires cristianos que derramaron su propia sangre para no decir una mentira, sea con pocas palabras o gestos. En algunas ocasiones, durante las persecuciones del Imperio Romano, bastaba que un cristiano lanzase un puñado de incienso en las brasas para honrar la imagen del César, para que salvase su vida. Los mártires, mientras tanto, viendo que aquel gesto sería una simulación, preferían la muerte antes de ofender a Nuestro Señor con una mentira. Por eso, tantos de ellos eran colocados en las arenas, lanzados a los leones, crucificados y quemados vivos.


Sobre la gravedad de la mentira, el Catecismo explica que “apesar de que la mentira en sí, no constituya más que un pecado venial, se hace mortal cuando hiere gravemente las virtudes de la justicia y caridad”. Quien ama a Dios y la justicia, por lo tanto, debe afirmar un real compromiso con la verdad, buscando evitar no solo los grandes pecados, sino también las faltas veniales. Como decía San Agustín, “nosotros nunca mentimos, porque somos hijos de la luz”.

fuente Portal Canción Nueva

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