¿Tenía Jesús expresiones duras o de queja alguna vez? ¿Acaso habrá reclamado con furia cuando alguien que venía en un burro se le atravesó en una calle de Jerusalén? ¡No! Todo lo que decía eran palabras amables, cálidas y atractivas. Incluso cuando hablaba con sus adversarios, aunque su voz tal vez revelara emociones de tristeza y frustración, nunca iban llenas de ira ni odio. Y precisamente por las palabras que usaba y el modo como las pronunciaba, la gente se sentía atraída.
Si usted alguna vez duda de que sus palabras, incluso sus comentarios más pequeños, tienen una fuerza enorme, piense en los efectos que tienen las expresiones de crítica o engaño. ¿Fue usted objeto de alguna burla cuando era pequeño? ¿Le hizo alguien un comentario ofensivo o discriminatorio que todavía le duele? ¿Desde cuándo ha guardado el sentimiento? A veces los comentarios negativos salen de nuestros labios casi sin quererlo. Todos podemos criticar o juzgar rápidamente, sin tener en cuenta el profundo daño que pueden hacer las palabras ofensivas y limitar el potencial de una persona por mucho tiempo. Ahora bien, si las palabras negativas tienen un impacto tan funesto y persistente, ¡imagínese cuánta más fuerza pueden tener sus palabras de estímulo, aprecio y reafirmación!
En la formación pedagógica se les enseña a los nuevos profesores que por cada crítica o corrección que hagan a sus alumnos, deben dar al menos tres comentarios positivos. Por eso, trate usted de poner esto en práctica. Por cada queja que pronuncie, diga al menos tres afirmaciones positivas. Anime a su cónyuge e hijos a que hagan lo mismo. Agradezca al cajero en la tienda de comestibles; bendiga a la persona que le corta en el tráfico, trate de que todas sus palabras sean amables y corteses. ¡Sus palabras pueden ser el único estímulo que alguien reciba en todo el día!
“Amado Jesús, enséñame a imitarte en tus actitudes y tus palabras, para que mis expresiones sean positivas y no negativas.”
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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