Comencemos nuestra experiencia...
+ En el Nombre del Padre,
+ del Hijo
+ y del Espíritu Santo. Amén.
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de Tus fieles y enciende en ellos el Fuego de Tu Amor.
Envía, Señor Tu Espíritu,
todo será creado y renovarás la faz de la tierra.
Oremos:
Oh Dios, que instruiste los corazones de Tus fieles con la luz del Espíritu Santo,
haz que apreciemos rectamente todas las cosas,
según Tu Santo Espíritu
y gocemos de Sus consuelos,
Por Cristo Nuestro Señor.
¡Amén!
Te pedimos, Señor, que esta Palabra se vuelva viva y eficaz
en nuestra vida y no vuelva a Tí, Señor sin producir en nosotros el efecto esperado.
Apocalipsis 21
"Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más."
Llegamos al final de nuestro devocional, y tengo la certeza de que todos hicimos una experiencia de conversión, de retorno a nuestros orígenes, y de aquí en adelante, vamos a caminar en la dirección de la voluntad del Señor para nuestra vida, conducidos por el Espíritu Santo.
Providencialmente, la Palabra que nos motiva, en este último día de nuestra experiencia de oración, es el Apocalipsis de San Juan, texto que nos motiva a caminar en santidad.
Existe un objetivo de estar aquí en este mundo, y no podemos vivir este tiempo que el Señor Dios nos dio de cualquier manera, pues todo tiene un sentido que es resumido en esta Palabra: estamos aquí por causa de la vida eterna.
Fuimos creados para la eternidad y no para lo transitorio y finito de este mundo.
Mucha gente hace la experiencia de vivir sin esperanza, mirando solamente a este mundo, perdiendo totalmente el sentido de todo, sin creencias, sin buscar al Señor, no obedeciendo la ley de Dios y, todavía, queriendo crear las propias leyes.
Son personas vacías, viven como zombies, muertos vivos, que caminan angustiados de un lado a otro, sin sentido en su vivir.
Nuestra meta como cristianos es bien alta, miramos para lo alto y para nuestro futuro que es la vida eterna, que es el cumplimiento de ese mensaje de Juan, “un nuevo cielo y una nueva tierra”, y el misterio es grandioso.
¿Por qué el Espíritu Santo inspiró a Juan, al escribir el Apocalipsis, con base en los sufrimientos que los primeros cristianos vivieron durante la persecución del Imperio Romano, en el martirio y en la rechazo al Evangelio?
El Apocalipsis es promesa extraordinaria!
Dios muestra el sentido de todo: de los sufrimientos, de las enfermedades, de la persecución, del dolor, del martirio, o sea, todo vale la pena en vista de lo que nos espera: Su amor.
Por lo tanto, el cristiano está llamado a la perseverancia, a permanecer fiel hasta el fin, soportando las pruebas con alegría, pues verdaderamente lo que nos espera es la victoria final:
“El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó».AP 21,4
¡Qué promesa tremenda!
En ese camino, tenemos que vivir todos los días de nuestra vida aquí en la tierra aspirando al cumplimiento de la promesa, a la fuerza que nos motiva delante de los desafíos que vivimos. Esto es llamado en la Teología, “tensión escatológica”, y fue así que los primeros cristianos vivieron y vencieron.
Fue en la tensión, en la esperanza y en la convicción de que este mundo es transitorio y de que Jesús volverá para restaurar todas las cosas. Esto los motivó a vivir santamente, a enfrentar con las fuerzas espirituales el mal.
Fue eso que los hizo perdonar a los que los perseguían, ofendían y los mataban. La certeza de vida eterna los motivó a evangelizar hombres y mujeres y a tener ardor apostólico.
Tota la humanidad es blanco del amor de Dios y necesita conocer a Jesucristo.
Era inminente el riesgo de vida al anunciar la Buena Noticia.
Contemplemos el testimonio de San Pablo y seamos motivados a marcar nuestra generación con la esperanza y expectativa, y veremos que todo tendrá un nuevo sentido en nuestra vida.
Murmuraremos menos delante de las dificultades y pruebas, pues existe un sentido en todo, sufriremos con más dignidad, contemplando en nosotros lo que faltó a los sufrimientos de Cristo, y todos los días viviremos para el Cielo.
Esto no es alienación, es puro sentido del cristianismo. Existe un Cielo, existe una promesa, existe un futuro para el cristiano: la vida eterna. Que permitamos al Espíritu Santo clamar en nuestra voz: Maranathá, ¡Ven, Señor Jesús!
El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!», y el que escucha debe decir: «¡Ven!». Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida. Ap22, 17
Ven, Señor Jesús!
Aleluia!
Providencialmente, la Palabra que nos motiva, en este último día de nuestra experiencia de oración, es el Apocalipsis de San Juan, texto que nos motiva a caminar en santidad.
Existe un objetivo de estar aquí en este mundo, y no podemos vivir este tiempo que el Señor Dios nos dio de cualquier manera, pues todo tiene un sentido que es resumido en esta Palabra: estamos aquí por causa de la vida eterna.
Fuimos creados para la eternidad y no para lo transitorio y finito de este mundo.
Mucha gente hace la experiencia de vivir sin esperanza, mirando solamente a este mundo, perdiendo totalmente el sentido de todo, sin creencias, sin buscar al Señor, no obedeciendo la ley de Dios y, todavía, queriendo crear las propias leyes.
Son personas vacías, viven como zombies, muertos vivos, que caminan angustiados de un lado a otro, sin sentido en su vivir.
Nuestra meta como cristianos es bien alta, miramos para lo alto y para nuestro futuro que es la vida eterna, que es el cumplimiento de ese mensaje de Juan, “un nuevo cielo y una nueva tierra”, y el misterio es grandioso.
¿Por qué el Espíritu Santo inspiró a Juan, al escribir el Apocalipsis, con base en los sufrimientos que los primeros cristianos vivieron durante la persecución del Imperio Romano, en el martirio y en la rechazo al Evangelio?
El Apocalipsis es promesa extraordinaria!
Dios muestra el sentido de todo: de los sufrimientos, de las enfermedades, de la persecución, del dolor, del martirio, o sea, todo vale la pena en vista de lo que nos espera: Su amor.
Por lo tanto, el cristiano está llamado a la perseverancia, a permanecer fiel hasta el fin, soportando las pruebas con alegría, pues verdaderamente lo que nos espera es la victoria final:
“El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó».AP 21,4
¡Qué promesa tremenda!
En ese camino, tenemos que vivir todos los días de nuestra vida aquí en la tierra aspirando al cumplimiento de la promesa, a la fuerza que nos motiva delante de los desafíos que vivimos. Esto es llamado en la Teología, “tensión escatológica”, y fue así que los primeros cristianos vivieron y vencieron.
Fue en la tensión, en la esperanza y en la convicción de que este mundo es transitorio y de que Jesús volverá para restaurar todas las cosas. Esto los motivó a vivir santamente, a enfrentar con las fuerzas espirituales el mal.
Fue eso que los hizo perdonar a los que los perseguían, ofendían y los mataban. La certeza de vida eterna los motivó a evangelizar hombres y mujeres y a tener ardor apostólico.
Tota la humanidad es blanco del amor de Dios y necesita conocer a Jesucristo.
Era inminente el riesgo de vida al anunciar la Buena Noticia.
Contemplemos el testimonio de San Pablo y seamos motivados a marcar nuestra generación con la esperanza y expectativa, y veremos que todo tendrá un nuevo sentido en nuestra vida.
Murmuraremos menos delante de las dificultades y pruebas, pues existe un sentido en todo, sufriremos con más dignidad, contemplando en nosotros lo que faltó a los sufrimientos de Cristo, y todos los días viviremos para el Cielo.
Esto no es alienación, es puro sentido del cristianismo. Existe un Cielo, existe una promesa, existe un futuro para el cristiano: la vida eterna. Que permitamos al Espíritu Santo clamar en nuestra voz: Maranathá, ¡Ven, Señor Jesús!
El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!», y el que escucha debe decir: «¡Ven!». Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida. Ap22, 17
Ven, Señor Jesús!
Aleluia!
Mortificación
Que hoy sea un día de alabanza, de
agradecimiento al Señor por toda revelación y nuevo sentido que el Espíritu
Santo trajo. Reza con la vida: Maranathá:
¡Ven!
¡Ven, Señor Jesús!
Oración de clamor
Espíritu Santo, quiero alabar, quiero bendecir y adorar, por esta experiencia de 50 días de oración.
Cuantas cosas maravillosas, Señor, haz realizado en mi vida, sé que recogeré muchos frutos de este maravilloso devocional.
Te pido la gracia de vivir ahora una intimidad profunda Contigo.
Renueva mi amor a la Palabra, mi amor por la Eucaristía, por la Iglesia, por la oración, por la Virgen María. Abre mi visión, Espíritu Santo de Dios y no permitas que me desvíe delante de las ilusiones de este mundo y de la tentación, pues quiero ser fiel hasta el fin. Sé que la fidelidad es Tu gracia actuando en mi vida y en mi día a día.
Es el fruto del caminar espiritual decidido y de intimidad, de relación personal con la Santísima Trinidad: con el Padre, con Jesús y Contigo.
Llévame más allá, revélame Tus secretos, condúceme por el buen camino, inspírame todos los días.
Necesito vivir cada día más en la expectativa de la segunda venida de Jesús, quiero que esa “tensión escatológica” crezca dentro de mi, y direccione mi vida, mis decisiones a partir de ahora.
Si Tú Jesús no vienes en mi generación, yo iré, y por esto, Divino Espíritu Santo necesito estar preparado todos los días. Asumo que mi futuro es la vida eterna, es el Cielo y quiero caminar como alguien que pertenece al Cielo. Necesito permitir que Tú le des, Espíritu Santo, sentido a todas las cosas en mi vida, principalmente a los sufrimientos, a las persecuciones, a las dificultades que yo viva a partir de ahora, quiero vivirlas en la contemplación de la promesa de Jesús, de nuevos cielos y una nueva tierra”; Sé que todo sufrimiento pasa, lo único que no pasará es el de la muerte eterna que espera a los infieles, por eso, quiero caminar en fidelidad y en santidad de vida.
Por la Palabra, sé que Tú Señor enjugarás todas mis lágrimas, que la muerte no existirá más, no habrá más ni luto, ni grito, ni dolor. ¡Aleluia!
Asumo para mí esta promesa y caminaré sobre ella el resto de mi vida.
Ven, Espíritu Santo, permíteme vivir así, para Dios, en la promesa, en santidad de vida, en comunión trinitaria, en verdad, en el amor.
Que yo sea provocado por el Espíritu Santo, a ir a los que no experimentaron todavía el amor de Jesús, a los que no escucharon la Buena Noticia y no experimentaron la alegría del Evangelio.
Llévame adonde los hombre necesiten de Tu Palabra, y haz de mi señal de Tu presencia, pues quiero ser usado como Tu profeta.
Me decido todos los días a clamar junto con el Espíritu y la Esposa (la Iglesia): Maranathá!
Ven!
Ven, Señor Jesús!
Deja al Espíritu Santo llevarte a la experiencia de un gran clamor para,
entonces, poder revelar lo que el tiene para tu vida.
Ora todo lo que puedas en lenguas.
Sobre la base de "Profecia do Avivamento"
p. Roger Luis - Canção Nova.
Adaptación de textos originales en português.
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