El Evangelio según San Juan es muy interesante, entre otras cosas, por tres hermosos episodios que allí se leen acerca de personas que tuvieron un encuentro con Jesús, relatos tan conmovedores que pasaron a formar parte de la tradición cuaresmal de la Iglesia desde muy temprano.
Hay numerosas lecciones que podemos aprender de estas historias, por lo que vamos a limitarnos a dos puntos importantes: el deseo del Señor de invitarnos a seguirlo y la capacidad del Espíritu Santo de continuar llenándonos más y más de su gracia.
Un Dios que nos llama. El pasaje de la samaritana (Juan 4) y la historia del ciego (Juan 9) son ilustraciones conmovedoras de la manera en que Jesús procura captar la atención de las personas, aunque la gente no siempre acuda a su lado, pero le agrada tomar la iniciativa, especialmente cuando el momento es propicio.
En los tres casos citados todo hace pensar que se trata de encuentros fortuitos: Jesús llegó “inesperadamente” al pozo cuando la mujer vino a sacar agua, a una hora en que la mayoría ya habían llenado sus vasijas de agua para el día, y el Señor quiso descansar un poco. Bien pudo él no haberle dicho nada a la mujer, o haberse limitado a intercambiar un saludo de cortesía o bien pudo él haberse alejado, porque los judíos y los samaritanos habían sido enemigos durante años. Pero en lugar de todo eso, Jesús optó por evangelizar.
Al parecer, su encuentro con el ciego de nacimiento también fue casual. El Señor iba con sus discípulos recorriendo una ruta muy frecuentada. Iba conversando con sus discípulos y cuando pasan junto al ciego, ellos le preguntan a Cristo si Dios había castigado al hombre con la ceguera por sus propios pecados o los de sus padres. Tras una breve enseñanza aclaratoria, Jesús le habló al hombre y lo sanó. Todo esto sucedió por una pregunta de los discípulos, no porque Jesús hubiera planeado de antemano curar al ciego.
En el caso de la resurrección de Lázaro, el encuentro en realidad no fue casual. Sucedió porque Marta y María mandaron llamar a Jesús para que viniera a curar a su hermano Lázaro que estaba gravemente enfermo pues temían que muriera. Con todo, el Señor decidió cambiar lo que pensaba hacer ese día para ir a visitar a sus amigos.
Nadie queda excluido. Estas historias nos muestran que Jesús atiende a cuantos se sienten rechazados y abandonados. No hay ningún pecado por grande que sea que lo escandalice o lo espante. Para él, no hay nadie que sea un fracaso completo o una causa perdida. Siempre hay esperanza.
Es preciso que todo el que se sienta profundamente avergonzado, abochornado o marcado por la vida que ha llevado sepa que no es así como el Señor lo ve. Él nos ve a todos, incluso a ti mismo, hermano, como hijos predilectos del Padre. Cristo te ve como un hermano o hermana valiosísimo. No importa quién eres ni lo que pienses de ti mismo, Jesús te está llamando ahora mismo y quiere compartir su amor contigo y decirte cuánto te ama, te aprecia y te valora.
Cristo también tiende la mano a todos aquellos a quienes, sin culpa propia, les ha tocado llevar una vida de gran sufrimiento o dolor y que tal vez se sientan rechazados o marginados por ese motivo. Jesús sintió una especial compasión por el hombre ciego, y del mismo modo siente una especial compasión por todos aquellos que tienen grandes necesidades. Si a ti te aqueja una enfermedad grave, Jesús te está visitando ahora mismo; si estás luchando con una discapacidad, él te está llamando ahora mismo; si te sientes abandonado por familiares y amigos, el Señor quiere visitarte ahora mismo.
¡Esta noticia es magnífica y alentadora! Pero hay que tener cuidado de no excluir a nadie. Lo sucedido con Lázaro demuestra que Jesús visita no solamente a los necesitados y a cuantos se sienten agobiados por el sentido de culpa; el Señor visita a todos. Lázaro y sus hermanas eran amigos queridos de Jesús, no eran personas extrañas; eran discípulos suyos.
En un sentido, ellos no “necesitaban” la ayuda de Jesús porque ya creían en él. Marta sabía que su hermano resucitaría algún día, es decir que ya había empezado a practicar su fe, confiando en la promesa de la resurrección. Si Jesús no hubiera hecho revivir a Lázaro, Marta probablemente se habría resignado —como a muchos de nosotros nos ha sucedido— a aceptar la muerte de un ser querido. En realidad, la muerte es una parte normal de la vida. Pero Jesús quiso socorrerlos a todos ellos.
Lo mismo se aplica a tu caso, querido lector. Jesús siente por ti lo mismo que sentía por Marta y María. Él llora contigo cuando a ti te acongojan las heridas normales de la vida, y se alegra contigo cuando haces un trabajo excelente o cuando un hijo tuyo consigue un premio en la escuela o situaciones parecidas. Él está siempre contigo, dispuesto a participar en todos los aspectos de tu vida, y está deseoso de colmarte de su gracia, ya sea que las cosas vayan bien o mal. ¡Cristo te ama de todas maneras!
Navegando viento en popa. Un segundo tema importante en estos tres relatos es el deseo de Jesús de llenarnos de sus bendiciones. Ya sea que seamos como la samaritana o el ciego, que no conocían a Jesús; o como Lázaro, Marta y María, que lo conocían y creían en él, lo que importa es que estemos convencidos de que Cristo quiere hacernos a todos partícipes de su gracia, su amor y su poder.
Pero ¿qué significa realmente llenarse de gracia? Es preciso saber que llenarse de la gracia divina no es una experiencia única y nada más. El Señor quiere llenarnos cada vez más. Al comienzo del relato del ciego, éste se “llenó” del don de la vista, pero al continuar la historia vemos que también se llena de valentía y fe. La samaritana a su vez se llena más y más de agua viva cuando gradualmente llega a creer en Cristo, y Marta se llena de una fe cada vez más profunda cuando poco a poco empieza a creer que Jesús es la resurrección y la vida.
Es difícil explicar esta idea de llenarse de la gracia, pero tal vez una analogía nos ayude a entender. Cuando el Espíritu Santo colma nuestro ser es como lo que sucede cuando el viento hincha las velas de un bote. El viento sopla sin cesar e impulsa constantemente el bote hacia su destino. De modo parecido, el viento del Espíritu Santo siempre está soplando y constantemente nos empuja a avanzar hacia Dios, a cambiar nuestra manera de vivir y amar a quienes tenemos cerca. No es que se limite a llenarnos en el Bautismo y luego nos deje solos para que resolvamos las vicisitudes de la vida por nuestros propios medios. No; él está siempre colmándonos de su gracia y guiándonos por el camino correcto.
Gracia cotidiana. Viendo una película en televisión, Alberto se sintió impresionado por una escena en que varias personas rodean a un hombre que acababa de ser víctima de un asalto violento y robo, quedando malherido en la calle. El interés que le demostraron estas personas y la ayuda que le brindaron a la víctima del asalto le llegaron al corazón a Alberto y sintió que Espíritu Santo le instaba a unirse a un grupo de feligreses de la parroquia que iban a las zonas más pobres de la ciudad para ver en qué podían ayudar a los residentes de esos barrios. Hoy, diez años más tarde, Alberto todavía recuerda con gratitud aquella película y está convencido de que fue el Espíritu Santo quién la usó para empujarlo suavemente a tomar un nuevo rumbo.
Este caso de Alberto es prueba palpable de que el Espíritu Santo utiliza los hechos que suceden a diario para llenarnos de su gracia y guiar nuestros pasos. Por supuesto creemos que él actúa cuando hacemos oración, participamos en la santa Misa o reflexionamos en su palabra; pero el Espíritu no está limitado a esas corrientes de gracia. En realidad, una llamada telefónica, dificultades en el trabajo, conversaciones con un vecino, una enfermedad en la familia e incluso un programa de televisión o un vídeo en YouTube pueden convertirse en fuentes de bendición.
¿Cómo podemos saber si nos estamos llenando del Espíritu Santo cada día? La evidencia está en el fruto. Si parafraseamos lo que dice San Pablo, podemos afirmar que: “Cuando el viento del Espíritu Santo llena mis velas, me doy cuenta de que puedo ser más amable, más apacible, más paciente y más generoso” (v. Gálatas 5, 22-25).
Un tiempo de gracia. Hermano, dedica un tiempo en esta Cuaresma a reflexionar sobre estos tres pasajes del Evangelio de San Juan. Cuando lo hagas, ten la convicción de que Jesús siempre quiere visitarte y bendecirte a ti y a toda tu familia. Si tienes parientes que ya no van a la iglesia o que se han enfriado en su fe, has de saber que el Señor también quiere llamarlos a ellos y llenarlos de su gracia. Si tú te sientes algo vacío o, por el contrario, te parece que todo va bien en tu vida, recuerda que el viento del Espíritu Santo sopla constantemente, así que pídele que te muestre cómo desplegar tus velas para captar mejor el viento de la gracia. Este es un tiempo de gracia especial, ¡no te lo pierdas!
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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