Cuanto te presentes ante Dios con tu oración, piensa que eres tan pequeño como una hormiga; hazte la idea que eres como un bebé que no puede hablar.
Cuanto te presentes ante Dios con tu oración, piensa que eres tan pequeño como una hormiga; hazte la idea que eres como un bebé que no puede hablar. No digas, ante Dios, nada de tu propio conocimiento, sino que acércatele con pensamientos como de niño y de esta forma mantente en Su presencia, para hacerte digno de Su paternal cuidado, como el de los padres para con su hijo. Porque está dicho: “El Señor cuida de los pequeños” (Salmos 114, 6).
Pídele a Dios que te ayude a alcanzar la justa medida en tu fe. Y si sientes en tu alma este gozo, nada te podrá apartar de Cristo. Y ya no te será difícil alejarte, a cada instante, de las cosas pasajeras, ni esconderte de este mundo tan débil y del recuerdo de las cosas terrenales. Por eso, ora sin cesar, y pide esto que acabo de decir, con todo fervor, hasta que lo obtengas. Y también ora para no debilitarte. Así te harás digno de todo esto, si antes te esfuerzas en la fe y le confías todo a Dios, sustituyendo tu preocupación con la confianza en Su Providencia. Cuando Dios vea en ti esta buena disposición, abandonándote a Él, y esforzándote en esperar solamente en Él, y no en tu propia alma, entonces vendrá a morar en ti esa fuerza inefable y sentirás concretamente que dicha fuerza está, indudablemente, contigo.
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